LA DIFERENCIA DE SER
“DOMINGO”
Nada extraordinario por ser el último día de la semana,
pues lo que hago o dejo de hacer podría ocurrir o no en un miércoles, por
ejemplo.
Antaño, para la mayoría el domingo era principalmente el día
del Señor y para darle gracias existía éste. Si hasta estaba prohibido el
trabajar, lo que se llevaba a rajatabla, salvo raras excepciones; y de paso era
el día dedicado, cumplido el precepto religioso de la Santa Misa, para la
diversión y el ocio y en no pocas ocasiones, cuando no funcionaba lo anterior,
hasta para el aburrimiento.
Hoy, las únicas diferencias con otros días no son
fundamentales, como por ejemplo acudir a comprar el periódico, que en los demás
días leo en el bar; llevar churros para el desayuno de todos, especialmente
para los peques; no acudir al Ayuntamiento, ver un poco más la tele, asistir al
campo de fútbol si hay encuentro y pare usted de contar.
Claro que esto también se puede hacer cualquier otro día
de la semana, entre otras cosas, porque falta el auténtico sentido del día, de
sus orígenes por una parte y porque ya no sirve como descanso del duro trabajo
del resto de la semana.
A fuer de ser sincero y por lo anteriormente dicho, el
cambio de nomenclatura de los días de la semana poco alteraría, por lo menos
para mí, el desarrollo rutinario de la misma. ¿Qué será entonces lo mejor?
Quizás, de momento, lo mejor sea dejar, aunque no sea por mucho tiempo, las
cosas como están.