Si así fuera, es evidente que estaban bien pertrechados, protegidos con aspas convertidas en lanzas y formando grupo ante la pertinaz mirada de Don Quijote y su más que fiel Rocinante.
De nada servirían las sesudas advertencias de su servidor Sancho, aunque este fuera una y mil veces bien tozudo.
Si su amo y señor soñaba, a él le tocaría como siempre, sanarlo, volver a ayudarlo a montarse en la grupa de su paciente y también maltrecho jumento, regresarlo a su hogar y esperar que la siguiente aventura no fuera tan descabellada.
Mientras que, a aquellos rostros de los viejos molinos, sólo les faltaba que se les escaparan sus retenidas risas en forma de crueles carcajadas.
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