martes, 5 de octubre de 2021

NUESTROS RETRATOS


                        Aquí ya tenía 81 años. Josefa Fernández Hurtado, todo el mundo la conocía en Melilla como Pepita, la modista. Es nuestra MADRE. Murciana de nacimiento, de San Pedro del Pinatar. Falleció hace algunos años, qué más da cuándo y con cuántos; todos los días cuando me levanto le doy los buenos días y al acostarme las buenas noches, porque sigue viviendo en nosotros. 
                        En su vida fue una enorme luchadora y supo, sin quejarse jamás, salir adelante ante las más grandes adversidades que le acompañaron en su longeva vida. Incansable trabajadora, era la última en irse a la cama y la primera, en hora bien temprana, en levantarse.
                        Madre de cinco hijos. Nosotros, los más pequeños, tenemos dos años cuando perdemos a nuestro padre y ella a su marido y no tiene tiempo de llorar su ausencia, porque los tiempos eran distintos a los de ahora por mucho que nos quejemos. Tiene cinco criaturas a las que tiene que dar de comer y vestirlas todos los días. Su pena tiene que ahogarla con su costura desde el mismo día siguiente, con las tijeras, la aguja, el dedal y con aquella máquina Singer que le acompañó toda la vida y frente a aquel maniquí, que no encontrábamos nosotros nunca sus piernas.
                        Y cuando la vida en el capítulo del dolor le da una tregua, los mayores ya trabajan y nosotros, los "mellis", a punto de acabar el bachillerato, otro golpe con más crudeza todavía la zamarrea; la niña de sus ojos, nuestra hermana "Cuqui", se le va, sin ninguna queja, sin un mal gesto, a consecuencia de una rápida y cruel enfermedad, un cáncer, que tan sólo nombrarla te asusta y con 26 años, dejándole como único alivio dos criaturitas, que no suman entre ambos ni los dedos de una mano.
                        Pero Pepita es mucha Pepita. Ni la soledad, porque los hijos vamos buscando nuestros respectivos nidos, ni la rotura de la cabeza de sus dos fémures y una rótula, que la llevan en temporadas al hospital, ni la dichosa diabetes pueden con ella.
                        Y con tanto sufrimiento va consiguiendo una parcelita en el cielo de la buena gente, de las que no tuvieron tiempo de ir a misa los domingos, ni de recibir a Cristo por Pascua Florida; pero sin perder la fe en el limosnero de Granada, su Fray Leopoldo de Alpandeire, ni en su Dios, campeón del amor y del perdón. Y de la que nos despedimos, después de regalarnos su último día de vida, estando con ella, con la paz y tranquilidad de tenernos a su lado, sin hacer ruido alguno y como suelen hacer los santos de verdad.

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