Entrega nº 13
En el mundo de una niña de ocho años no
podía faltar el de las golosinas y Adela quiso en su cuento número trece, ella todavía
no sabe de números de mala suerte ni de zarandajas supersticiosas, introducirse
en un abrir y cerrar de ojos en él, sin timidez y como siempre, con mucha
imaginación. Seguro que este lugar para la mayoría de los peques es un mundo
para comérselo.
Hola, chicos.
Como veis me gusta contar historias.
¿Os cuento otra?
Todo comenzó el día diez de abril, uno
de mis días preferidos.
Mi madre me regaló una caja de bombones
Milka.
Ella me dijo que los compró en una
tienda extraña y que la atendió una ancianita, asegurándole que aquellos
bombones eran muy especiales.
Al abrir la caja, que era bien bonita,
me encontré con dos bombones gigantes y rápidamente, sin pensarlo dos veces, me
comí uno de ellos, el que iba envuelto en un papel rojo brillante, uno de mis
colores favoritos y ¿os imagináis lo que me ocurrió? ¿No? Seguro que no me vais
a creer.
De repente me convertí en una
miniatura.
Al ser muy pequeñita descubrí en el
otro bombón, que no iba envuelto en ningún papel, un país repleto de chocolate
llamado Chocolandia.
En este curioso lugar todos sus
habitantes eran de chocolate y uno de ellos me dijo con voz muy dulce:
-
Te he traído aquí
porque en nuestro país hace mucho calor para ver si puedes ayudarnos.
-
Por supuesto – le
contesté yo sin parar de sonreírle.
-
Para eso tendrás
que ir adonde se encuentra el Monstruo de las Chuches y quitarle la llave para
atravesar el Bosque Maldito.
-
¡Vale! – le dije,
ahora ya algo preocupada, disimulando para que no se diera cuenta.
Primero miré para todos los lados para ver donde
estaba.
Me
acerqué y vi que tenía los brazos de caramelo, tres cabezas de golosinas y
cuatro piernas de esponjitas; por eso era un monstruo.
Entonces descubrí que en una de sus piernas
estaba la llave que me abriría la puerta del castillo del Bosque Maldito.
Esperé un ratito porque se estaba durmiendo y
cuando vi que empezó a roncar agarré la llave y conseguí escapar sin que se
diera cuenta.
Sin parar me dirigí al Bosque Maldito. Todo
daba mucho miedo porque se escuchaban ruidos muy extraños para mí; pero
armándome de valor no paré de correr hasta que vi el castillo. Temblándome un
poco la mano conseguí abrir su puerta y en su interior estaba la joya de hielo
que salvaría Chocolandia.
Corriendo como un galgo, aunque teniendo mucho
cuidado para que no se me cayera la joya, atravesé el Bosque Maldito y volví a
Chocolandía.
Cuando me vieron con ella todos se pusieron
muy contentos y me aplaudieron a rabiar.
Pusieron con mucho cuidado también la joya de
hielo sobre una antorcha mágica sin fuego
y el fresquito inundó su país y así no se derretían por el calor. Me
devolvieron a mi casa, dándome además un jarabe dulce para que me lo tomara y
que me volvería a mi tamaño normal de antes.
Yo me guardé el bombón para siempre o por si
deseaba alguna vez regresar a Chocolandia.
Y COLORÍN, COLORADO, este chococuento se ha
acabado.
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