miércoles, 18 de noviembre de 2020

En tiempo de PANDEMIA

 Entrega 7. Escrito 13

A MI ORDENADOR

      Qué menos que regalarte,

mi querido ordenador,

un descanso merecido,

como prueba de mi amor,

por ser predilecto amigo,

por tenerme compasión,

por comprender mis errores,

mis cuitas de perdedor,

por no entenderte yo, a veces,

por concederme el perdón,

al no encontrar la salida,

ni válida solución,

a tus saberes ocultos,

a tu ayuda, gran señor.

     Eres para mí, arquetipo,

de lo bueno, lo mejor,

mantienes viva la llama,

de este modesto escritor,

que busca por tus adentros,

lecciones de narrador,

para así contarle al hombre,

breves historias de amor,

nacidas en buenas horas,

allá donde moro yo.

     Eres mi luz y mi guía,

mi querido ordenador,

que sería de este escribano,

sin escuchar yo tu voz,

sin sentir en tu teclado,

las notas de una canción,

sobrada de nuevos sueños,

sonata de luna y sol

que, al despuntar la mañana,

despiertan mi devoción,

hacia tu viva presencia,

¡mil gracias, ordenador!


     Mi querido ordenador:

     De todas las herramientas inventadas en estos modernos tiempos por el hombre, puedes considérate, sin falsa modestia, una de las mejores y más útiles para los humanos y para las empresas donde hacen sus trabajos. Con tu manifiesto poderío y rápido crecimiento superaste a todas las viejas herramientas empleadas, con anterioridad a tu aparición. Pronto, mucho antes de lo esperado, alcanzaste el zénit, la suma verticalidad de lo popular, el supremo estrellato. Con un teclado, preparado y dispuesto a enviar millonarias órdenes; con una paciente pantalla de variadas formas y tamaños; con una increíble “caja” donde almacenar y atesorar el pasado, el presente y parte del futuro del planeta Tierra, supiste “engatusar” a “tirios y troyanos”, al “mundo mundial” y a todos los que se pusieron por delante o por detrás del maravilloso invento.

     Hoy sería imposible vivir sin ti. Tu inexistencia propiciaría una hecatombe difícil de superar. Te has convertido, sin preverlo, en un imprescindible “artefacto”, en un “instrumento” casero o empresarial con el que tendremos que vivir por los siglos de los siglos, por supuesto, con mejoras hoy desconocidas, pero ya en camino.

     Te he conocido tarde, Hoy, abducido y seducido por ti, te disfruto, aunque, en ocasiones, padezco el mal de la ineptitud personal, de mi tardía llegada a tu utilización y, a ratos, el síndrome pasajero del “impotente” o cuasi “analfabeto”.

     A pesar de lo anterior, me declaro admirador de “todas tus cosas” y por ello me veo obligado a darte MILES DE GRACIAS

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