Jueves, 5 de julio de 2018.
A 323 días…
LAS VÍSPERAS DEL VIAJE A MELILLA.
(A LA BODA DE CUCA Y SANTI DEDICAREMOS MÁS
ESPACIOS)
Viajar a Melilla es resucitar afectivas y gratificantes vivencias, es
rememorar, con infinita gratitud y añoranza,
un irrenunciable pasado en el que
se forjó la personalidad, el temple, el genio, el temperamento y otras muchas cualidades
personales de este modesto escribano.
Viajar
a Melilla es reencontrarnos con espacios nunca olvidados, con intrascendentes y
magnas historias personales, con amigos de y para siempre, con cientos de
efemérides componentes de un entrañable calendario biográfico.
Viajar a Melilla es libar, de nuevo, el néctar de gratas experiencias
infantiles y juveniles vividas en el Barrio Obrero, en el Parque Hernández, en
los alrededores e interior de la Mezquita del Toreo, en la Plaza de España, en
el Tesorillo, en la playa de San Lorenzo, en las instalaciones deportivas de
Bandera de Marruecos, en el colegio de Don José y Don Antonio Martín, en el
instituto Calvo Sotelo, en el Río del Oro, en la iglesia del Sagrado Corazón,
en el monte y las vías de un desvencijado tren de las Minas del Rif, en la
evocadora y mágica Melilla La Vieja, en las templadas aguas del antiguo
embarcadero, del Club Marítimo, de la dársena pesquera, en los Faros, en los
pinares de Rostrogordo,
en los Barrios del Real, de Cabreriza (alta y
baja) de la Victoria, del Hipódromo, en el Mantelete, en los puestos
fronterizos de “Benianzar “ y “Farhana”, en el Colegio de La Salle, y de forma
muy especial, en la calle Teniente Coronel Seguí, santuario sacro de nuestros
juegos y correrías, amplia avenida, encerrada entre una frondosa arboleda en
sus dos aceras.
Viajar a Melilla es recuperar años, es crecer, es inevitable despedida,
es penúltimo adiós, es bendito regalo.
Viajar a Melilla es el todo y la nada de volver a estar juntos
celebrando algo importante.

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