Viernes, 6 de julio de 2018.
A 322 días…
EL VIAJE A MELILLA
Nuevo record de participantes. En esta ocasión llegamos a los 19
expedicionarios. Nos faltaron para completar el listado: Ángel, Esther, Elena y
José Mari. Echados de menos en cada uno, que fueron muchos, de los “momentos
especiales” vividos en el viaje. Nos sobraron, para regalar, risas, graciosas
anécdotas, pequeños y grandes momentos y emotivos reencuentros,
Un
avión de similares características al de la fotografía nos llevó a nuestra
querida Melilla, en un viaje breve, sin incidencias destacables a reseñar.
Despegue en Málaga, con dirección, sobre el Mediterráneo, a la costa africana,
donde se encuentra enclavada la española “Rusadir”. En el aeropuerto, como de costumbre, nos esperan, casi al
completo, la familia Pérez-Calabuig (Jose, Ángela, Marimel, Josito, Cuqui…) con
sus correspondientes coches para trasladarnos a Hotel Rusadir, una vez
cumplidos los trámites aduaneros y la recogida del equipaje.
En
este viaje, escogimos para alojarnos el citado hotel, sito en todo el centro de
la ciudad, en una calle paralela a la Avenida. Hotel pequeño, coqueto,
restaurado unos pocos años atrás, de habitaciones amplias, limpio y buen servicio. Teniendo en cuenta las
muchas “actividades” programadas por los “anfitriones”, poco tiempo disfrutamos
de él, el tiempo justo del descanso, de las obligadas duchas y de los cambios
de vestuario. Muy bueno el detalle de Cuqui de dejar en todas nuestras habitaciones una bolsita con pequeños y muy
ricos dulces morunos. Como de costumbre, sólo faltaron estos en la habitación
de Diego y Silvia. ¡Pobres nuestros, siempre les toca a ellos!

Por la noche, nuestro siempre celebrado José Ángel, nos preparó, con su
maestría acostumbrada, para la familia e invitados de la península un
bienvenido refrigerio, en un restaurante del paseo marítimo de Melilla. Un
abundante tentempié que nos permitió
disfrutar de un agradable rato. Aparte
de las bondades de los aperitivos servidos, del grato frescor de las bebidas,
en noche bastante templada, dos momentos a destacar: la entrega a Cuqui y Santi
del retrato sorpresa de su hijo, realizado por este modesto escribano, y la
anécdota de la camarera que aprendió pronto nuestro sabio consejo. Al final de
la “fiesta” cuando la mayoría de los invitados empezamos, por efecto de la
bebida, a ponernos algo pesado, cargantes, piripis y graciosillos, recordamos
la historia verídica de nuestro campanero
Manolo (El Mangongo) que después de aguantar una larga caminata,
propias de la Semana Santa de cualquier pueblo o ciudad, con un grueso varal a
cuesta, y un interminable recital de saetas cantadas por un grupo de visueños,
buenos saeteros, y un público enardecido incansable a la hora de gritar: ¡otra,
otra, otra! el pobre Manolo gritaba, a
la par, “¡Otra, no, a dormir, otra, no, a dormir! La joven camarera se aprendió
pronto el cuento, el dicho, y cada vez que uno de los pesados, piripis o
cargantes, le pedía una última cerveza o una última copa, ésta les decía con
cierto gracejo: otra no, a dormir. Despertando las risas de todos nosotros.
Al
final nos recogimos prontos para estar frescos en el día de la boda de Cuqui y Santi.


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