¡BUEN VIAJE, HASTA
NUNCA Y... ENCUENTRO!
El Año Viejo se fue
como
hoja que lleva el viento,
llevándose
en su mochila
estampas
y cromos viejos,
saboreados
con prisas
entre
disfrutes y miedos,
dejándonos
los aromas,
perdidos
en loco tiempo,
de
brevedades vividas,
de
enmadejados recuerdos.
Vestido con ricas galas
y
con achaques de viejo,
sorbió
sus últimas horas,
se
tragó su último aliento
y,
entre sones de campanas,
con
andares bien ligeros,
lanzó
profundo suspiro
y
nos dio un adiós eterno,
con
fecha de caducidad
anunciada
hace algún tiempo.
Cicatero fuiste, amigo,
mientras
fuiste compañero
y,
al momento de marcharte,
de
iniciar póstumo vuelo,
poco
nos dejaste escrito
en
tu postrer testamento,
pleno
de crecidas dudas,
de
incontrolados deseos,
de
desconocidos pasos
y
de caminos inciertos.
¡Buen viaje, hermano querido!
y...
¡Hasta nunca, majadero!
me
robaste, en un descuido,
un
álbum lleno de sueños
en
los que, feliz, guardaba
mis
más cercanos anhelos
y
las páginas escritas
al
pairo de un año entero.
...
Os mirasteis a la cara
en
un segundo certero,
él,
agachó su cabeza,
tú,
iniciaste el vuelo,
él,
con marcadas arrugas,
tú,
estrenando nuevo cuerpo,
él,
suspiro; tú, esperanza,
y
los dos, hijos del tiempo.
El Año viejo, con pena,
entregó
ya su relevo
y
cabizbajo camina
hacia
un más allá eterno,
para
perderse, por siempre,
en
un libro blanco y negro,
ilustrado
torpemente
con
memorias y recuerdos.
El Año Nuevo, gozoso,
celebra
su nacimiento,
envalentonado
cuenta
sus
esperanzas, sus sueños
y,
como chiquillo, juega
con
los días venideros,
ajeno
a los avatares
que
el destino, traicionero,
grabó
en su flamante piel,
sin
él, llegar a saberlo.