DAR DE SÍ
Es inimaginable, lo que da de sí, una
semana en un centro hospitalario; incalculables son los conocimientos que se
adquieren; impensables las oportunidades de comunicación vecinal; incontables
los momentos de meditación y aburrimiento; Inenarrable los mosqueos y las
gratitudes; Increíble los silencios y los desamarres de las lenguas fáciles;
incalculable los olores, las pintas, los modelitos, los catálogos de humanos
usuarios, visitantes y trabajadores.
Para este modesto escribano, las
permanencias prolongadas en los citados centros, por motivos que no necesitan
explicación (Males familiares o propios, ¡Gracias a Dios, no muy frecuentes!)
siempre me producen sentimientos variados que, por un lado, aumentan mi
capacidad de observación y, por otro, me arrastran a una pasajera depresión y a
la necesidad de narrar lo vivido, como terapia sanadora.
Cronológicamente, al aviso de ingreso en
el centro hospitalario, siguen los trámites de asignación de habitación, la
acomodación en la misma y el primer encuentro con el enfermo y familiares
acompañantes, acomodados con anterioridad, con los que habrá que compartir inciertos días y largas noches de permanencia
y vigilia en el nunca grato habitáculo.
Con cierta lentitud van abriéndose, de
forma no premeditada, las puertas de la comunicación entre los ocupantes, en
ocasiones, más de la cuenta o más de lo recomendado y deseado. A la trivialidad
de los primeros intercambios, sigue la información sobre los males a compartir,
a los que suceden, las informaciones familiares de parentesco. El tiempo, sobrado y lento caminante, en estos
lugares, siempre que no estemos inmersos en situaciones de gravedad extrema, nos
incita al desahogo verbal, a explayarnos
en los temas cotidianos, en los familiares (pasado y presente), en lo íntimo.
Creándose, con el continuado intercambio informativo, una corriente de
afectividad entre casi todos los ocupantes de la pequeña habitación. El
compartir todo, horarios en la alimentación y el descanso, visitas médicas,
atenciones de auxiliares y enfermeras, baños, pasillos, etc., va acrecentando en
los “huéspedes” la incipiente amistad.
Al final de la estancia, con los
cambiantes tiempos y el imparable progreso, se producen los habituales
intercambios de correos electrónicos que, según el calado de la naciente
amistad, en un futuro, serán utilizados o no, para el mantenimiento o abandono
del circunstancial contacto.
Termino reafirmando lo que “dan de sí” las
estancias en los hospitales, aunque mejor hubiera sido no tener que reflexionar
marginalmente sobre ello.
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