Jueves, día 14 de septiembre
ENFERMA
DE VEJEZ Y LA IMPORTANCIA DE UNOS OJOS
Ya estamos aquí, mamá y puedes
llorar todo lo que te venga en ganas. Así entrábamos en casa después de algo
más de un año, encontrándonos con una anciana de cabellos blancos, que ya es
identidad suya desde hace mucho tiempo, de tez clara y mejillas algo
sonrosadas, otra de sus peculiaridades de siempre, que apenas ve, por el
cansancio de tantas puntadas de día y de noche y por la dichosa diabetes que
termina por conducir a la oscuridad, ya que no mata si se la controla, cosa que
ella siempre lo consiguió. Sentada en una silla de ruedas con unas delgadas
piernas que castigadas con múltiples roturas, salpicadas de cicatrices y
arañazos que no desaparecen con facilidad por la enfermedad señalada
anteriormente, que ya no soportan su cada vez más pesado y deforme cuerpo. Con
un temblor en sus dedos afilados que no puede controlar y con la enorme tristeza
de su soledad en su rostro.
Sólo vamos a estar cuatro días en
Melilla, los suficientes para inyectarle una dosis demasiado pasajera de moral
y que tenga una preocupación también momentánea, la de atendernos en estos
días, como siempre lo hizo. Lo que más la ha envejecido ha sido sin duda la
falta de visión, pues ya ni la costura puede atarearla, ni la televisión
entretenerla.
Seguro que hacía mucho tiempo que no
reía ni hablara tanto y de seguido, Mamá cada día se muere poco a poco, no de
los males que tiene, a los que siempre supo hacerle frente con valentía, sino de vejez y soledad, sin
olvidar el hecho de no poder usar sus ojos como ella quisiera.

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