sábado, 8 de abril de 2023

UN AÑO ANTES DE LAS BODAS DE ORO

Lunes, 7 de enero de 2019. 

A 135 días de las BODAS DE ORO 

 

    UN AÑO MÁS, A DESMONTAR LOS EXORNOS NAVIDEÑOS 

    LA INESPERADA COMIDA EN CASA DE ANTONIO Y ANTONIA 

 

         Todos los santos tienen octava y todos los adornos navideños tienen desmontaje, una vez cerradas las Fiestas de la Navidad. Este año, sin saber por qué y sin motivo alguno, me costó trabajo adornar, como de costumbre, algunos rincones de nuestra casa. La insistencia de Rosa, mi mujer, me “obligo” a cumplir con la tradicional tarea. 

 

           Comencé el trabajo “destructivo” con la retirada de los adornos de la escalera de caracol del salón. Primero fueron las ristras de bombillitas de colores, novedad de este año, colocadas alrededor de los barrotes de la escalera. Por costumbre me gusta comprobar el estado de la iluminación después de retirada ésta. Con menos cuidado fui recogiendo las tiras de espumillón de colores, algunos maltrechos y curtidos en miles de batallas que piden a grito, renovación. Les prometo cada año su sustitución y llegado el momento, incumplo la promesa. 

 

          A la escalera le siguió la chimenea. Tarea menos pesada y retirada con prontitud de todos los adornos utilizados. Bombillitas acampanadas, pequeño nacimiento, hiperbólicamente donado, hará cerca de un siglo por el ABC y sencillos adornos, entre los que destaca el ángel de paja regalado por la familia de Hermman hace algunos lustros. 

 

       De la chimenea al árbol. Antiguo, desmontable en su esqueleto, al que tenemos cierto cariño. Fuera ristras de luces. Comprobación de las mismas. Retirada de los adornos, mayoritariamente pequeñas bolas plateadas; un diminuto niño Jesús, cuya cuna es la cáscara de una nuez. Cintas doradas y espumillón plateado. 

 

         De aquí al Belén del arca. La recogida y guarda de las figuritas del Belén que unos días antes, con la estimable colaboración de mi nieto Clemen montamos de forma sencilla sobre el arca situada en el pasillo de la entrada en casa, me costó la propia vida. Envolver una por una, en plástico de burbujitas, el centenar de figuras modernas y antiguas a las que le tengo cierta estimación, fue tarea agotadora. Lo que fue un trabajo meticuloso de embalaje, en sus primeros pasos, se convirtió, por los deseos de acabar pronto de una vez, en “chapucerilla” labor. Me figuro que las figuras que padecieron estas desganas protectoras, no llegarán  nunca a quejarse del trato recibido. 

 

          Unas horas de trabajo, en desmontaje y embalaje, que ya pesan, son suficientes para demandar y buscar el descanso que, de momento, no llega. Pues, sin pensarlo ni mucho, ni poco, nos vemos en el coche a la búsqueda del chalet de Antonio y Antonia. 

 

         En el reestreno del nuevo horno, se hornean, sin prisas, un corderito y un costillar de cochino. Unos primeros aperitivos con sus correspondiente vinos o cervezas, hacen cuerpo para lo por venir que no es menudo. El tinto ecológico, sin aditivos peligrosos, fabricado por Antonio, gusta y cae bien entre el personal. Se nota su pureza, su origen y su suave sabor. La llegada del cordero en varios recipientes de barro ¡Cómo debe ser! Atrae al personal. Teo se anima a trocearlo y antes de que se enfríe, vuelan los platos cargados del esperado manjar, los dedos y algunos tenedores comienzan a trabajar y los dientes a masticar, ayudados por los jugos bucales. El cordero está en su punto y en su sazón y, como expertos, vamos dando cuenta de él. En el apetito, no hay distingo entre mujeres y hombres y los dedos se rechupetean con el mismo estilo y gozo. En estas ocasiones, el tenedor es relegado a un segundo plano, si el cordero está bien troceado. 

 

           No faltaron los dulces, los roscones de Reyes y las copitas del momento. Y cometería una grave ofensa, si me saltara los cantes, a capela, de Carmeli López, dedicados a Paloma San Basilio, muy celebrados por todos los presentes. 

 

             La tarde corre. La noche se nos echa encima. El frío despierta de su letargo y da señales de maligna “frescura”. Algunos, por lejanía, se marchan alegres y satisfechos y quedamos, al calor de la chimenea, los “valientes”. En amena charla, sobrados de risas, en ocasiones, risotadas, acompañados de “Gimmais”, nos sumimos en cierto “acaramelamiento” alcohólico familiar digno de ser alabado. 

 

            Todo tiene un final y los momentos vividos no podían ser menos. Con prisas y abrigaditos nos despedimos, damos la gracias a los anfitriones y cada mochuelo a su nido. 

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