LAS
CABRAS MUERTAS
Me tuvo el día de mala uva. Sin duda
estas situaciones son de los tributos más ingratos que se tienen que pagar por
el cargo y más aún en los pueblos pequeños o medianos como este, donde no
existe ninguna clase de criba para que la gente llegue a ti.
En la víspera no habíamos acostado
tarde por la boda de la hija de un buen compañero y amigo, ingiriendo bebidas
más que variadas y en abundancia, por lo que el despertar lógicamente tenía que
retrasarse, máxime cuando el festivo también te lo permite.
Pues bien, a horas nada adecuadas se
presenta un buen señor, de los que se creen con derecho a esto y a más, en
nuestro hogar para denunciar el caso de unas cabras muertas. Cuando uno de mis
hijos se levanta para indicarle que estoy durmiendo y le explica los motivos,
el buen hombre sigue sin entender nada acerca del derecho de los demás y sólo
se mueve en torno a los suyos, no sé en razón de qué; pues luego supe que la
policía, a la que llamé inmediatamente por teléfono, ya había tomado medidas en
el asunto y todo estaba solucionado.
Y es que hay cada buen señor con tan
pocas luces que sin querer te hacen exclamar a veces “¡Vaya pejiguera”! o
aquella otra de “¡Qué pocos asuntos!”.

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