Lunes, día 6 de marzo
LA MUERTE NO RESPETA NI A
LOS PEQUEÑOS
Había un dolor de fatiga y no era para menos, en el
rostro del padre de la pequeña. En cinco o seis días se le había marchado y
mejor que hubiera sido así, pues de haber superado la grave dolencia hubiese
quedado como un objeto inanimado - me confesaba Federico, con la mayor pena y
con auténtica resignación - . La muerte de su hija le había envejecido, su
rostro soñoliento y abatido por el dolor, no era el mismo del aficionado y
directivo del U.P. Viso. Era su única hija y él mismo reconocía que estaba
mimada por todos. ¡Qué fortaleza hay que tener para soportar un hecho de esta
naturaleza! ¡Cómo se puede aguantar, encajar, un golpe tan duro, como es la
pérdida de un ser indefenso, como se ha visto, y tan querido!
Recuerdo aquellas palabras
que siempre repetía mi querida tía Carmen, la que nos crió, de que nadie se
muere de pena; pero es que hay penas y PENAS, con mayúsculas, y esta es una de
ellas.
La mujer en potencia quedó destruida cuando apenas había
comenzado su andadura y es que la muerte no entiende tampoco de edades.

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