domingo, 16 de octubre de 2022

UN AÑO ANTES DE LAS BODAS DE ORO

Sábado, 7 de julio de 2018.

A 321 días de las BODAS DE ORO

                                                LA BODA DE CUQUI Y SANTI                                            

                        A menos de cien metros del hotel Rusadir, donde nos alojamos, se encuentra la que hemos llamado siempre la Iglesia de la Castrense, lugar donde se habría de celebrar el casamiento de Cuqui y Santi. La cercanía nos proporcionaba cierta relajación temporal. Desde el hotel veíamos el pequeño goteo de invitados. Con puntualidad llegamos a la iglesia, con tiempo para ver y vivir la ceremonia acomodados en los bancos de la misma.



                        Como es habitual, el novio, acompañado de la madrina, su madre, llegó puntual a la ceremonia y como también habitual, la novia del brazo de su padre José Ángel, llegó con el habitual retraso. La novia, Cuqui, como la mayoría de las mujeres el día de su boda, bellísima. El padrino, José Ángel, con el traje de gala de ingeniero, no se quedaba atrás. Inevitable no recordar a sus padres, Pepe y Cuqui.



                        Una ceremonia sencilla, breve, seguida con interés por los asistentes y un llamativo colofón o cierre a la salida de la Iglesia, donde los compañeros de Santi, todos ellos surfistas, le hicieron la “ola” con tablas de surf. Las oportunas fotos de rigor y, sobrados de tiempo, a esperar el momento de partir hacia el lugar de la celebración situado en las cercanías del aeropuerto de Melilla.

                        El lugar de la celebración muy desigual en todo, como descuidado. Un camino de entrada poco vistoso. Un interior descubierto, en varios planos, donde se sirvió un corto aperitivo y se fotografió a los invitados descendiendo por la escalinata de entrada, mientras llegaban los novios. Entrada en el salón cubierto. No había lugar predestinado para los invitados. Cada uno ocupó el sitio que quiso. Con sabio proceder los grupos se reunieron y se acomodaron en las mesas, después de acopiar las necesarias sillas colocadas en el pasillo de entrada a salón. Al final cada grupo ocupó una mesa con más o menos invitados y sus componentes se desplazaron a las mesas preparadas con las variadas y abundantes viandas, situadas en los laterales, para coger, como en un bufet libre, aquello que le apetecía.

             


                         Hubo momentos especiales, dignos de reseñar, el baile de José Ángel con la novia, su querida hija, donde la emoción y alguna que otras lágrimas afloraron a los ojos del emocionado padrino. Un extraordinario saxofonista, profesor del conservatorio de música de la ciudad de Melilla, que nos deleitó con su buen hacer, con la interpretación de conocidas baladas y canciones famosas de ayer y de hoy, mientras degustábamos los manjares retirados de las mesas “madres”. Otro importante hecho a destacar es, sin duda, el buen trabajo realizado por Ángela para convertir un desangelado espacio en un atractivo lugar. La originalidad de los manteles superpuestos, la utilización de una destacada originalidad personal al usar como elementos decorativos botes, jarrones, plantas secas, reciclado todo ello en beneficio del salón de la celebración.

                    Al atardecer, bastante cerca de la noche, en el exterior iluminado, espacio que ganaba mucho en belleza, los íntimos pudimos degustar un auténtico te moruno, acompañados de desiguales compañeros, como eran los churros y los pinchos de carne. La amena charla, las experiencias vividas, los recuerdos resucitados, ocuparon nuestro tiempo, sin prisas y sin obligadas recomendaciones de poner punto y final al especial día, a la especial fiesta y a la especial boda de Cuqui y Santi.

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