La familia se va ampliando y después de asomar aquí a dos lindas jovencitas como Blanca y Mamen, ahora le toca el turno a su adorada madre, a la que todos conocemos como Flori, un encanto de mujer, no exenta de belleza, alegre y siempre de muy buenas maneras. Casada con nuestro querido sobrino Diego López Prada, otro ser extraordinario para nosotros, persona muy vitalista, igualmente rebosante de alegría y de gran parecido en muchas de sus cosas a su padre, nuestro jamás olvidado, Diego López León, que se nos fue demasiado pronto a los cielos, al que concíamos familiarmente como el "Mamagua" y que era amante de los "gin-may", teniendo como cualidad importante la de coleccionar numerosos y buenos amigos, por su manera de ser.
Volviendo a la retratada de hoy, señalar que no es difícil encontrar por estas tierras excelentes bailaoras, de esas que aprenden desde sus primeros pasos en academias, y porque tienen ese "algo", como una especie de duende, dentro de su ser, que las distinguen de la mayoría; y para nosotros, aun siendo profanos e ignorantes en el tema, como en otros muchos, hay dos personas que nos producen gozo al verlas bailar, por sus hechuras, por el vuelo de brazos, por su gracejo natural y por su sencilla elegancia. Siendo una de ella, la mujer de mi hermano Clemente, Rosa, a la que tuve siempre como mi real hermana, y a la que este dedicó un poema titulado "CUANDO TE VEO BAILAR", que decía en su primera estrofa:
Siempre me ocurre lo mismo
cuando bailar, yo te veo.
Cuando tu cuerpo se viste
de arremolinados vuelos,
y tus brazos y tus manos,
con gráciles aleteos,
rasguean mudas guitarras,
invisibles, en el cielo,
no sé lo que a mi me pasa,
ni sé, de prisas del tiempo,
ni del tibio escalofrío
que recorre mis adentros.
Y la otra eres tú, nuestra querida y admirada Flori, por lo que habrá que pedir al poeta de la Casa, que algún día también te dedique sus versos, después de verte bailar.
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