Aunque no nacimos en el seno de una familia castrense, en algunos momentos de nuestra niñez las circunstancias que nos rodeaban, de una manera casual, nos pusieron en contacto con los militares de la ciudad y sus actividades, muchas de las cuales tenían lugar en la Hípica.
Nuestra madre, Pepita, bastante conocida en nuestra ciudad como modista, cosía para muchas mujeres de oficiales de los distintos regimientos existentes en Melilla y una de ella vivía en el bajo que daba puerta con puerta con la de nuestra casa. Su marido, coronel y de nombre Emilio Molinero, nos conocía bastante, y existía entre nosotros una cierta amistad, a pesar de la notable diferencia de edades, y el hecho de que esta pareja no tuviera hijos, acentuaba esta. No sabemos como empezó aquella historia de invitarnos un día a la Hípica, porque era muy aficionado a las competiciones de saltos de obstáculos de caballos, y en la temporada en que se celebraban estas, las invitaciones se fueron repitiendo y despertó nuestro apego a esta actividad deportiva.
De ahí que cuando vimos estos dibujos y entre ellos el del hipismo, sin querer vino a nuestra mente aquellas experiencias nuestras vividas, cuando todavía usábamos pantalón corto por nuestra corta edad.
Confesamos que jamás vimos una escena como la del dibujo, por mucha compenetración que existiera entre la caballería y el jinete, por muy importante que fuera el trofeo conseguido, por infinito que fuera el amor del hombre hacia el animal que a veces le diera la gloria...; pero de lo que estamos seguros es que la imaginación humana supera todo y más tratándose de algo tan serio como es el humor.
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