Entrega nº 15
Con un cierto sabor agridulce asomamos hoy a nuestro blog el último minicuento de Adela; dulce por el compromiso cumplido y merecido, independiente de la valoración difícilmente objetiva por mi parte, al tratarse de obras brotadas de la mente de una de mis nietas, a la que quiero con locura, y agrio en razón de no querer encontrarme, de momento, sin apariciones en este modesto ventanal de más criaturas suyas. En estas colgaduras nos hemos encontrado con duendes, con un aterrizaje forzoso de Papá Noel en la Luna, con lápices mágicos de colores, con un solitario Frankestein que busca amistad y con la que tienen las brujas con el gato con botas, con dragones que aman la mortadela y con piratas de ojo tapado, con la lógica magia de la Navidad, con un espantapájaros descuajeringado y recompuesto, con las golosinas y las bicis que vuelan, con el regalo con que sueñan muchos niños, nada más ni nada menos que con un unicornio, con parejas extrañas para los adultos y no para la imaginación de una niña que sabe jugar con ella y cómo no, con un peluche que fue feliz, un oso, al ir un día porque así lo quiso, a casa de Adela. Gracias.
El oso Pelucho viene a mi casa
Yo no soy Adela, pero comienzo esta
historia como lo hace ella. Yo soy el oso Pelucho y que hoy tengo la suerte de
ir a jugar a su casa. Sí, a la casa de mi amiga Adela. ¡Vaya lío que me he
hecho!
Para llegar a la casa de Adela desde mi
país, el de los juguetes, tengo que pasar por unos cuantos bosques, todos
mágicos, y que son:
Chuchelandia,
Patolandia y
Cristalandia.
Al pasar por el primero de ellos, el de
Chuchelandia, me encontré con unos dinosaurios grandes, que no me dieron miedo
porque estaban hechos de caramelo; lo que sí me dieron ganas es de chuparlos un
poquito.
También había unas preciosas flores,
que hasta olían muy bien, y de gomilonas. No pude escapar de la tentación y con
disimulo arranqué una pequeña hoja de una de ellas y me la llevé a la boca sin
que nadie se diera cuenta.
De allí salí corriendo porque había
tantos dulces y yo, con unas ganas terribles de comérmelos todos, si me quedaba
no podría ir a casa de Adela.
Al llegar a Patolandía fue distinto,
pero también tuve algunos problemillas. Primero tuve que saltar por encima de
los patos para no caerme al agua, que tenía que estar muy fresquita.
Se alborotaron mucho y no paraban de
decir cuá, cuá, cuá, como si estuvieran locos.
Eran distintos a los que yo había visto
en otras ocasiones, pues tenían los picos brillantes de purpurina y las plumas
de su cuerpo eran de muchos colores.
Por último crucé Cristalandia.
¡No me podía creer lo que estaba
viendo!
¡Todo
era precioso!
Me restregaba los ojos porque me creía
que era un sueño.
Además me veía reflejado por todas
partes.
¡Qué maravilla!
Y es que todo estaba hecho de cristal,
las casas, los árboles y hasta el suelo.
Me daba pena abandonar aquel lugar pero
había quedado con Adela y no quería fallar.
Al final llegué a su casa y se alegró
muchísimo al verme, porque era una niña encantadora.
Le conté todo mi viaje, las cosas que
había visto y ella me escuchaba con mucha atención.
Estuvimos todo el tiempo jugando con
sus muchos juguetes, especialmente con sus pequeñas pini-pon y me dio mucha
pena el despedirme de ella y de su hermanita más pequeña, que también jugó con
nosotros y que creo que se llama Ángela.
Y como se dice siempre, COLORÍN, COLORADO, el cuento de Pelucho se ha terminado.
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