Entrega nº 7
Nada ni nadie escapa a la imaginación
de Adela. En el minicuento de hoy el narrador del mismo es un pirata que se
llama Choni y que como casi todos los piratas tiene un ojo tapado y en su
soledad habla con su lorito de turno, y que se encuentra en sus viajes a los
animales más raros del mundo…
CHONI en la selva
(Choni y Lori)
Hola, pequeñajos.
¿No me conocéis?
Soy un capitán de los piratas, me llamo
Choni y tengo un loro al que llamo Lori.
Soy
bastante alto y tengo un parche en el ojo derecho, llevo una camisa marrón que
ya está un poco vieja y rota, pero eso no me importa.
En el último viaje que hicimos, de
pronto el vigía gritó desde lo alto del palo mayor, donde estaba subido como
siempre:
-
¡Selva a la
vista!
-
¡Qué extraño! -
pensé yo - Ha dicho selva en vez de tierra. Será porque ha visto muchos
árboles.
Llegamos a aquella isla y nos encontramos con
muchos animales extraños, que no habíamos nunca jamás. A algunos les llamaban
los “monquidinos”, a otros, muchos más raros aún, los “murlegadeljiracamariperropez”,
siendo uno de estos el líder de todos ellos.
(Esta ilustración del "Murlegadeljara..." fue realizada por Adela)
¿Queréis escuchar más nombres?
Estaban los “torvapul”, los “pezmariperro” y
“pinmaleón”, a cual más fiero.
Pero el problema de la aventura que allí vivimos nada más llegar a
ella era que uno de sus habitantes, antiguo amigo mío, desapareció y si en tres
días no lo encontrábamos se hacía polvo.
Buscamos por algunos rincones de África y allí
sólo vimos camellos, muchos camellos; cuando llegamos a Egipto, sólo vimos
pirámides, muchas pirámides, unas más pequeñas y otras grandísimas.
Cuando faltaba muy poco para que se cumplieran
los tres días encontré a mi amigo de aquella selva, que estaba prisionero en un OVNI de unos
alienígenas.
Entonces los amenacé muy seriamente, hablé con
ellos y les pedí que me devolvieran ya mismo a mi amigo.
-
¿A cambio de qué?
- me preguntaron.
-
Os daremos oro. -
le dije yo.
-
¿De qué tipo? -
siguieron preguntándome.
-
¡De qué va a ser!
Oro de oro puro. - les contesté un poco mosca.
-
¡Ah!, es que yo
creía - me dijo su jefe - que era oro de queso.
-
Pues haberlo
dicho antes.
Cogí un trozo de luna e hice rápidamente oro
de queso. Se lo ofrecí y me devolvieron a mi amigo. Volvimos a su selva y todos
los animales se alegraron.
Y COLORÍN, COLORÓN, este navegacuento se
acabó.
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