viernes, 7 de mayo de 2021

QUINCE MINICUENTOS DE MI NIETA ADELA

Entrega nº 7

         Nada ni nadie escapa a la imaginación de Adela. En el minicuento de hoy el narrador del mismo es un pirata que se llama Choni y que como casi todos los piratas tiene un ojo tapado y en su soledad habla con su lorito de turno, y que se encuentra en sus viajes a los animales más raros del mundo…


 CHONI en la selva

(Choni y Lori)

 

         Hola, pequeñajos.

         ¿No me conocéis?

         Soy un capitán de los piratas, me llamo Choni y tengo un loro al que llamo Lori.

         Soy bastante alto y tengo un parche en el ojo derecho, llevo una camisa marrón que ya está un poco vieja y rota, pero eso no me importa.

         En el último viaje que hicimos, de pronto el vigía gritó desde lo alto del palo mayor, donde estaba subido como siempre:

-         ¡Selva a la vista!

-         ¡Qué extraño! - pensé yo - Ha dicho selva en vez de tierra. Será porque ha visto muchos árboles.

Llegamos a aquella isla y nos encontramos con muchos animales extraños, que no habíamos nunca jamás. A algunos les llamaban los “monquidinos”, a otros, muchos más raros aún, los “murlegadeljiracamariperropez”, siendo uno de estos el líder de todos ellos.


          (Esta ilustración del "Murlegadeljara..." fue realizada por Adela) 

¿Queréis escuchar más nombres?

Estaban los “torvapul”, los “pezmariperro” y “pinmaleón”, a cual más fiero.

Pero el problema de la  aventura que allí vivimos nada más llegar a ella era que uno de sus habitantes, antiguo amigo mío, desapareció y si en tres días no lo encontrábamos se hacía polvo.

Buscamos por algunos rincones de África y allí sólo vimos camellos, muchos camellos; cuando llegamos a Egipto, sólo vimos pirámides, muchas pirámides, unas más pequeñas y otras grandísimas.

Cuando faltaba muy poco para que se cumplieran los tres días encontré a mi amigo de aquella selva,  que estaba prisionero en un OVNI de unos alienígenas.

Entonces los amenacé muy seriamente, hablé con ellos y les pedí que me devolvieran ya mismo a mi amigo.

-         ¿A cambio de qué? - me preguntaron.

-         Os daremos oro. - le dije yo.

-         ¿De qué tipo? - siguieron preguntándome.

-         ¡De qué va a ser! Oro de oro puro. - les contesté un poco mosca.

-         ¡Ah!, es que yo creía - me dijo su jefe - que era oro de queso.

-         Pues haberlo dicho antes.

Cogí un trozo de luna e hice rápidamente oro de queso. Se lo ofrecí y me devolvieron a mi amigo. Volvimos a su selva y todos los animales se alegraron.

Y COLORÍN, COLORÓN, este navegacuento se acabó.




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