jueves, 19 de noviembre de 2020

En tiempo de PANDEMIA

 Entrega 7. Escrito 17

LOS ARTISTAS Y EL COMER

       Dicen algunos ARTISTAS que con lo que ganan con su trabajo, les sobra hasta para comer. ¡Pobres ARTISTAS!

     En el mundo o mundillo de las ARTES hay, como en la viña del Señor, buenos, malos o regulares creadores artístico. Buenos, capaces de emocionarnos con sus obras; malos, que no nos dicen nada, aunque se crean algo, y regulares que ni fu, ni fa; ni chicha, ni limonar. En el cosmos o cosmillos de la creación artística hay quien se la curra por derecho y hay quien no le da un palo al agua. Hay auténticos creadores que, a la chita callando o rodeados de alboroto, nos regalan con su arte gozo y placer, y los hay que viven del cuento y de bien vender su desechable mercancía y que por mucho que parloteen no mejorarán sus obras.

     Los ARTISTAS nacen y se hacen. “Nacen” con el regalo de un “don” especial que los eleva a la categoría de posible GENIO, y otros, menos afortunados, se “hacen” con esfuerzo, sudor y mucho currar y que, difícilmente, llegarán a alcanzar la genialidad.

     La vida de los grandes artistas, de los auténticos, de los elegidos, se cimenta sobre solidos pilares de éxitos y fracasos, de olvidos y reconocimientos y de otras muchas dualidades enfrentadas que, sin prisas y sin pausas, van forjando al artista de verdad.

     Los ambientes, los tiempos, la educación y la libertad propician la aparición de mayor número de ARTISTAS, Ocurre lo contrario cuando los ambientes no son propicios, cuando los tiempos se dedican a actividades reñidas con las artes, cuando la educación se aparta de la creatividad personal y colectiva y, sobre todo, cuando no existe libertad.

     El comer es cosa sagrada en toda actividad humana y hoy, la comida, como todo, cuesta. Tenemos un amigo ARTISTA pintor que sabe muy bien cómo se la gata el hambre y los caprichos de la modernidad. Dibuja y pinta para las “habichuelas” y cuando le sobra tiempo y ganas, lo hace para él. Otros, bastante inconscientes y poco previsores, malvenden sus más preciadas obras para subsistir, para eso que llamamos “el pan nuestro de cada día”.

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