sábado, 26 de septiembre de 2020

En tiempo de PANDEMIA


Entrega 2. Escrito 9

¡ME MUERO DE PENA, DE RABIA Y DE IMPOTENCIA!

    ¡Ay pena, penita, pena! Pena de un vivir sinvivir, pena de padecer confinamiento, encierro inmerecido, pena de haber perdido LIBERTAD, pena de sólo escuchar penas, pena de enterrar a los muertos en soledad, pena de pasear con la negra pena, pena de silente perdedor, pena de ahora para siempre, pena de humano cobarde, pena de inútil desahogo, pena de pena viva que me roe las entrañas y el alma, pena de todo lo que fuimos y nunca más  seremos, pena gorda, insufrible, invencible, pena rota, “quejío” agonizante, pena de ser y no ser, de estar y no estar, pena y  más penas. Y con ella, la pena, muero poco a poco, casi sin darme cuenta, sin protestar, sin una luz, como merecedor de tal castigo.

     La rabia, amiga oscura de la pena, hija de la ira, abducida por el “coronavirus” se incrustó en mi vida, despertando en mis adentros, sentimientos de odio y de repulsa hacia los que, ajenos al dolor, manejaron con torpeza e ineptitud el macabro juego de esta pandemia. Mi rabia creció hasta límites desconocidos por mí. No podía admitir, ni asimilar las cifras de contagiados y fallecidos propiciados por esta “lóbrega chinada”. La rabia, la mía y la de otros muchos dolientes, alcanzó peligrosas cotas de desprecio, de vilipendio, de injuria, de ultraje hacia los responsables de tamaño mal colectivo. Y mi rabia, sumada a la rabia de otros muchos dolientes, no encontrarán perdón, ni olvido, para los culpables.

     La impotencia, señora “que torna inhábil todo lo que toca, me ha envuelto en la niebla del no hacer, del apestado conformismo, trasladándome al rincón de los callados, de los obedientes súbditos. Anulando, al tiempo, mi inservible carné de ciudadano aquí, en el que creíamos patio sagrado de una engañosa democracia.

     Por ello y por ellos, MUERO DE PENA, DE RABIA Y DE IMPOTENCIA.







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