miércoles, 21 de noviembre de 2018

SEMANA DE TEATRO INFANTIL. EL VISO DEL ALCOR. III

(Continuación de ayer)



2. TRAYECTORIA HISTÓRICA
El mismo año que se promulgó la Constitución Española, un grupo de maestros recién llegados a El Viso del Alcor impulsaron la formación teatral en la escuela mediante el lanzamiento de un Festival de Teatro Infantil. Los cambios sociopolíticos que experimentó la sociedad española en aquellos años alcanzaron también a los ámbitos educativos y culturales. Fueron años de renovación educativa, fueron años de expansión del arte dramático, fueron años de confianza en la confluencia de la educación y el teatro al objeto de formar una nueva ciudadanía democrática. Habría que recordar, por ejemplo, el encomiable ejemplo de Alfonso Jiménez Romero, del que ya dimos cuenta en otro trabajo publicado en un número anterior de Don Galán. Anterior incluso al de El Viso del Alcor son los festivales teatro infantil de Montilla y de Valencia, como también el juvenil de El Ejido, promocionado desde su instituto de enseñanza secundaria. Fruto de ese espíritu de los tiempos fue la Semana de Teatro Infantil, con formato asimismo de festival, que ahora nos ocupa.
Y fueron también, no se debe dejar pasar por alto, años de recuperación de sentimientos nacionales, que afectaron profundamente a Andalucía. Aquel mismo año de la Primera Semana de Teatro Infantil en el Viso del Alcor conviene recordar que se fundó el Congreso para la Cultura Andaluza, que no sobrevivió mucho más a su altisonante proclamación, encomendada al dramaturgo Antonio Gala. Al siguiente año dicho Congreso manifestó su apoyo a la segunda edición del Festival. No hubo más pronunciamientos, porque a buen seguro que para la tercera edición el Congreso se hallaba ya en estado absolutamente exánime.
Es El Viso una población constreñida entre los términos municipales de Mairena del Alcor y Carmona. Por tal razón se han visto obligadas sus gentes a generar constantemente iniciativas. Y entre éstas, el teatro siempre ha contado. De hecho, su Teatro Municipal se incluía en las giras de importantes compañías nacionales, y a su calor se habían formado algunos grupos de teatro aficionado. La veintena de profesores que llegaron al pueblo en torno a 1976 para cubrir los cuadros docentes de los cuatro colegios públicos existentes en la localidad encontraron campo abonado para las inquietudes e iniciativas que deseaban acometer. La mayor dificultad que encontraron fue la de un alto absentismo escolar. Los jóvenes abandonaban a muy temprana edad la escuela para incorporarse al mundo laboral. La estrategia para devolver a las aulas a la población escolar consistió en la creación de talleres. El de teatro fue acaso el que más proyección alcanzó. Debido a la tradición dramática asentada en El Viso, la introducción del teatro en las escuelas de la localidad no solo no generó resistencia, sino todo lo contrario, contó con la complicidad y la colaboración tanto de entidades públicas y empresas como de las familias y de la comunidad escolar. Pero en ningún caso la formación teatral pudo traspasar la frontera de las actividades extraescolares, pese a las previsiones legislativas vigentes entonces que contemplaban la posibilidad de su incorporación al currículo formativo como asignatura opcional.
Los promotores de la iniciativa, los hermanos Calabuig Fernández, contando con la colaboración de sus compañeros de claustro, consiguieron contagiar a los otros tres restantes Centros de Educación General Básica existentes en El Viso del Alcor, y crear así un fuerte núcleo escolar sobre el que gravitarían de inmediato otros Centros de la provincia de Sevilla. Por primera vez se creaba en Andalucía una red de escuelas implicadas en la formación de sus alumnos desde la práctica dramática. Y El Viso del Alcor capitalizaba el protagonismo de tal iniciativa, convirtiéndose de hecho en la capital provincial del teatro escolar.
Desde los inicios del proyecto sus promotores estuvieron muy seguros de que el certamen debía acogerse a una fórmula competitiva, para fomentar el espíritu de superación. Aun así, procuraban que ningún participante saliera decepcionado del concurso, pues lo que más importaba era la participación. Así se idearon tantos premios que raro era quien saliera descontento del certamen por no haber sido reconocido. Esto obligaba a la organización a multiplicar sus gestiones ante instituciones públicas y empresas privadas para proveer de dotaciones los premios. Así se llegó el año de 1978 a la celebración de la Primera Semana de Teatro Infantil, que presidió el Delegado Provincial de Educación y Ciencia, acompañado por una representación del Congreso para la Cultura Andaluza. El diario ABC dio cumplida noticia del acontecimiento, como siguió haciéndolo en las sucesivas convocatorias. Que le concediera a la noticia una columna central de página, de cabecera a pie, da idea de la importancia con que el rotativo sevillano valoró el evento, que tituló como “una iniciativa ejemplar”. Se especifica que participaron en el concurso treinta y tres grupos escolares de los que quince fueron seleccionados para la fase final1. Los premios que en aquella ocasión se concedieron fueron: un primer premio, dotado con veinticinco mil pesetas, y dos accésits recompensados con diez mil pesetas; otro premio a la obra de carácter más infantil y otro a la de carácter más humanitario; a la mejor dirección, al mejor montaje, a la interpretación de grupo, al mejor actor y mejor actriz. El premio a la mejor obra fue declarado desierto, por haber sido seleccionada en primera instancia la obra titulada El rey que perdió su uña, luego excluida al saberse que su autoría correspondía a José Calabuig; no obstante, recibió la dotación del premio, veinte mil pesetas, por parte del APA del colegio.
El tratamiento de la noticia y su contenido dan a entender un entramado de la Semana nada improvisado: en primer lugar, que debió haber una campaña previa para difundir la iniciativa por los centros escolares de la provincia de Sevilla, con el tiempo suficiente para favorecer la participación. [Fig. 1fig. 2 y fig. 3] Por qué medios se hizo esa campaña aún nos es desconocido. En todo caso, resultó eficaz, pues o bien incitó la implantación de actividades dramáticas en al menos esos treinta y tres centros que participaron en la selección, o bien sacó a luz y otorgó prestancia a unas actividades extraescolares ya existentes. En segundo lugar, se creó una comisión con el cometido de seleccionar las obras que habrían de pasar a la fase final, comisión formada por profesores del colegio Rey Juan Carlos I. Sabemos por los mismos profesores que las inevitables ausencias del aula para girar las necesarias visitas a los colegios de la provincia eran cubiertas por compañeros, según acuerdo del claustro. No es probable que fueran más de dos los encargados de esta selección, por parte del profesorado, que se hacía acompañar por alguna representación de padres de alumnos. Es de suponer que el criterio que les guiaría en ella sería el de la madurez de los espectáculos, que garantizara una representación de cierta calidad. Con el tiempo estas giras fueron sustituidas por grabaciones audiovisuales que los mismos centros interesados remitían a la comisión del colegio Rey Juan Carlos I.
De la información se deducen otras circunstancias que dotan de singularidad a la Semana de Teatro Infantil de El Viso del Alcor: que los grupos participantes estaban integrados por alumnos de todas las edades comprendidas en la enseñanza general básica, y que las obras representadas en su mayoría eran originales, bien resultado de una creación colectiva guiada por los maestros, bien salidas de la imaginación de alguno de ellos para la ocasión –José Calabuig compuso varias en aquellos años– y condicionadas por la composición del grupo. También se hacían adaptaciones de clásicos, o se aprovechaban las de autores como Alfonso Sastre, cuyo título La muñeca abandonada, adaptación de El círculo de tiza caucasiano de Bertolt Brecht, recibió el primer premio al carácter humanitario.
La idea que presidía el certamen era, pues, la de estimular la creatividad de los niños mediante el ejercicio dramático en todos sus niveles: desde la práctica actoral a la autoría. Tanto es así, que en la segunda edición del certamen resultó premiada la obra de una niña de nueve años, Carmen Polo Guerrero, titulada La escoba que quería barrer. A esta precoz autora dedicaba ABC el faldón de su segunda página de espectáculos (18 de mayo de 1979, p. 77), tras haber cubierto la anterior con una información extensa a tres columnas y cuatro ilustraciones fotográficas sobre el certamen (19 de mayo de 1979, p. 85). Si contrastamos esta noticia con la segunda contenida en la página, en columna de salida, dedicada al teatro universitario de Córdoba, con fotografías de Gabriel Celaya y Rafael Alberti, es fácil deducir la repercusión que la semana teatral infantil había cobrado en el panorama cultural. Aún páginas más adelante volvía a insistir el rotativo sevillano en el certamen, para dar relieve a la labor del Club Palmera –activo aún en el tiempo en que se escriben estas líneas–, cuyo grupo de teatro había obtenido el primer galardón del Festival, con dos instantáneas de la representación de la obra anteriormente nombrada.
De las sucesivas informaciones de ABC en las siguientes ediciones se espigan obras y nombres de autores conocidos, como obras escritas intencionadamente para el concurso o resultantes de creaciones colectivas de los grupos infantiles. Si en la primera edición saltaba el nombre de Alfonso Sastre, el del sevillano Fernando Macías se repetía en la segunda y tercera edición con la misma obra, titulada Ecos de caracola, que había obtenido el primer premio Barahona de Soto (ABC, 30 de abril de 1980, p. 81); y en la sexta edición, ya en el año de 1984, coinciden Fernando Arrabal, con Pic-nic; Apuleyo Soto, con El circo; Jordi Teixidor con su galardonada El retablo del flautista, y Molière, con El médico a palos (ABC, 27 de mayo de 1984, p. 117). Algunos de estos nombres repetirán más adelante, como el de Arrabal, con El triciclo Fando y Lis, y se irán incorporando otros, como Antonio Buero Vallejo con su Historia de una escalera, cuando el certamen amplíe su campo a la educación secundaria. Junto a estos nombres se recogen los de autores hechos al calor mismo del certamen, en buena medida maestros que doblaban sus funciones como directores teatrales en no pocas ocasiones: José Calabuig, María Luisa Candau, Manuel García, Bernardo Zots, Martín Vega Sanz.
Según los datos facilitados por don Clemente Calabuig, entre 1978 y 1990 se representaron un total de setenta y tres obras originales, entre descartadas y seleccionadas, destacando el año de 1987 como el más productivo al contar con trece. Del total, cincuenta y siete títulos venían firmados por un autor, los restantes eran producto de creación colectiva. Entre los que más se repiten: José Calabuig, con siete títulos; Antonio Guillén, con seis; María Luisa Candau, con cuatro; Andrés Espejo, con tres, y Bernardo Zots, con dos originales y otra obra más ya estrenada. Entre los autores consagrados, son muchos más los contemporáneos que los clásicos. Entre éstos, Lope de Rueda es el más representado, seguido por Cervantes y Molière. Shakespeare repitió dos veces el mismo título, La fierecilla domada, y tan solo una vez subieron al escenario personajes de Lope de Vega (Fuenteovejuna), Andersen y Perrault. Entre los contemporáneos, se disputan protagonismo los Hermanos Quintero, con quince representaciones, y García Lorca, con trece, siendo entre sus títulos el más interpretado el de La zapatera prodigiosa, en cuatro ocasiones. Destacan también Apuleyo Soto, con nueve representaciones; Muñoz Seca, Alfonso Sastre y Oscar Wilde, con cuatro cada uno; y ya con menos, Gianni Rodari, Luis Matilla, Jorge Díaz, Saint Exupery o Tagore. Algunos títulos llamativos: Marcelino pan y vino, de Sánchez Silva, o El Mago de Oz, de Frank Baum.
Tanta relevancia alcanzó el certamen que la organización, asentada en el Colegio Rey Juan Carlos I, recibió peticiones de grupos escolares andaluces allende la provincia de Sevilla, y aún de fuera de Andalucía, peticiones que se vio obligada a desatender por desbordamiento. En cambio, se dieron otros pasos para ampliar los horizontes del certamen. En las páginas de ABC del 9 de mayo de 1987, coincidiendo con la IX edición de la Semana de Teatro Infantil, se anunciaba la convocatoria de un concurso para autores, denominado Bastilippo, al que habían concurrido cincuenta obras desde todos los rincones de la geografía nacional. Justo un mes después el mismo diario informaba de la concesión de los premios: María del Carmen Ramos Pueyo, por su obra El reloj de colores, conquistaba el primer galardón; Fernando Macías, con Magia en la noche, el segundo, y Francisco Javier Sánchez Muñoz, con Pelos azules, el tercero; elegidos entre una cincuentena de obras presentadas (ABC, 9 de junio de 1987, p. 42).
En el número 19, año 1988, de la manchega revista Alacena de Deseos se puede leer la convocatoria del segundo premio Bastilippo, para obras destinadas a un público infantil comprendido entre los seis y los catorce años de edad, con fecha última de presentación la del 30 de abril. El objetivo que se proponía la organización era el incremento de la literatura dramática infantil. La dotación de los premios era 50.000 pts., 30.000 y 20.000 respectivamente. Ya en esos últimos años ABC había reducido considerablemente la información sobre el certamen, por lo que carecemos de noticia sobre participación y galardonados en esta segunda convocatoria, así como si hubo más en los siguientes años. No parece que las obras premiadas alcanzaran representación en el marco de la semana, ni tampoco que fueran publicadas en colección alguna, como acaso fuera el propósito inicial.
Si mediante la convocatoria nacional de este concurso la Semana de Teatro Infantil rompía el cerco geográfico, el del recinto escolar lo había rebasado años antes, cuando se trasladó al Teatro Municipal y en 1984 a la nueva Casa de la Cultura, que fue inaugurada para la ocasión de la sexta edición del certamen con la representación, fuera de concurso, de la obra La oruga parlanchina, de Alfonso Jiménez Romero. [Fig. 4]. A partir de ese año la sede del certamen fue ya siempre la dependencia municipal. De este modo ganaba mayor presencia en el pueblo, pero también se hacía objeto mayor de deseo por parte de los gestores políticos. Lo que entrañaba de éxito y reconocimiento encerraba también el peligro de su desnaturalización, al alejarse del ámbito escolar y avecindarse al de la gestión política. La falta de relevo generacional en el claustro docente puede haber sido un factor para esta mudanza, así como el hecho de que algunos de sus maestros promotores asumieran responsabilidades políticas en el municipio.
Cuando volvemos a tener datos, ya en el año 2001, el certamen ha ampliado su convocatoria a centros de enseñanza secundaria, lo que puede traslucir el traspaso en la gestión de la organización. Al año siguiente concursaron veinte colegios y diecinueve centros de enseñanza secundaria, pero un año después no sumaban más que dieciséis los centros presentados, entre escuelas e institutos y la cifra de participación siguió cayendo en los siguientes. El certamen ya no recuperó su prestancia inicial, hasta que desapareció en los oscuros tiempos de la crisis económica que azotó al nuevo siglo, al tiempo que perdía su carácter competitivo por imposición de directrices políticas.
1 Hay discrepancia entre esta información de ABC y la facilitada por el señor Calabuig, según la cual fueron treinta y cinco los grupos participantes y diecinueve los seleccionados para la fase final.
                                                     
                                                                                   (Continuará mañana)

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