Miércoles,, 22 de agosto de 2018.
A 274 días ...
¡TAN PEQUEÑO Y CUÁNTO TE ECHAMOS
DE MENOS!
Los Ángeles son espíritus puros;
por lo tanto, cuando hablamos de ellos,
sobran calificativos de tamaño, de color de piel y de otras menudencias
físicas.
A lo largo y ancho de mi particular biografía,
siempre gocé de la cercanía de muchos ángeles. No de ángeles celestiales, aunque algunos de ellos
estuvieron muy cercanos a ellos, sino de los terrenales, de los que comen,
hablan, padecen, discuten, etc., de los que no aspiran a eternidades, de los
que se conforman con ser humanas criaturas, de los que viven a ras de suelo.
Coincidencia o no, todos ellos, llevaron a
cuesta, aparentemente sin esfuerzos, los
títulos de “buenas gentes”, de hombres sencillos, de seres queridos y,
sobre todo, de honestos trabajadores.
Vale como introducción lo anteriormente
escrito, como tarea del día en este
inventado peregrinaje o apreciado anuario. Ahora quisiera dedicarle la
continuación al último de la saga de los Calabuig, llamado Ángel. Un trocito de Ángel y Esther;
una gota, como diría Gómez de la Serna en forma de greguería, de Esther y
Ángel; un regalo para todos nosotros, un nuevo “juguete” familiar, receptor
inconsciente de besos, abrazos, caricias y achuchones de todas clases e
intensidades.
Incluyo al pequeño Ángel en el grupo de
niños vistosos. Pasión de abuelo “chocho”. Habrá niños más bonitos, más guapos
que el nuestro, pero nadie le puede arrebatar el merecido título de “risueñor
de los alcores”. Ríe con todo y con todos y llora con sobrada energía cuando
algo le molesta. Le gustan las antiquísimas canciones del abuelo Clemente, como
el “lico, lico, tras”, “el racataplán”, el “kikiriqui y el kikiricuando” y
otras, conocidas cancioncillas, aprendidas, en sus tiempos, por toda la prole
de nietos.
Sus padres, Ángel y Esther,
padrazos primerizos, están locos con el pequeño. Sus más de 7 kilos de
peso empiezan a pesarles factura a ambos, muñecas dolidas, incipientes dolores
de espaldas, creciente cansancio, pequeñas molestias, etc., etc. Sus padres,
Esther y Ángel, duermen al compás de su Ángel y sus periodos en el dormir, son
coincidentes. Duerme el pequeño, duermen sus padres, despierta el pequeño,
despierta uno de ellos como menos.
Los abuelos andamos en el mismo trecho.
Babeamos por él. Nos reímos con su risa y nos venimos abajo cuando sus llantos
se prolongan más de lo normal. Volvemos a cantar cancioncillas guardadas en
vetustos armarios, para entretenerlo y, sin proponérnoslo contagiamos a los
mayores de ellas. Dormimos pendientes de
su dormir y lo echamos sobremanera de menos cuando no lo tenemos en casa. Sus
risas, grititos y balbuceos nos emboban. Pensamos, sin saber de su exactitud,
que los recién nacidos actuales nacen sabiendo, dejan de ser bebés antes de
tiempo, están más espabilados y
despiertos y crecen con una rapidez impensada.
A Ángel, el más pequeño de los “Ángel
Calabuig, de momento. Tienes la lejanísima obligación de mantener viva la
tradición de tu nombre y tu apellido para alguno de tus descendientes, sin
pesar y con agrado, con orgullo de padre así llamado.
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