martes, 24 de mayo de 2011

Versos para meditar

CONCIENCIAS

Hablar de propia conciencia
resulta bien arriesgado
y, en la mayor de las veces,
nuestro decir es errado;
hablar de conciencia ajena
es mucho más delicado
y, por ser locuaz cordero,
terminamos esquilado.

Hacemos miles de cosas
por la conciencia amparados,
sin pensar, ni un instante,
en estar equivocados;
y así se no ve el plumero,
al marrar en lo pensado,
aunque una fresca conciencia
nos hubiera acompañado.

Emulando al escultor,
con placer la moldeamos
y, por clara conveniencia,
a nuestro gusto adaptamos,
y hacemos rico catálogo,
absurdo y disparatado,
de esta dúctil herramienta,
del alma de los humanos.

En estos tiempos que corren,
veloces como los rayos,
nadie se asusta de nada,
nada es bueno, nada es malo;
sólo la humana conciencia,
dueña de un saber innato,
se pasea a sus anchas
en este mundo insensato,
donde los cuerdos navegan
sobre conciencias de trapos
y los dementes caminan
sobre conciencias de sabios.

Muchas veces me pregunto,
sin obtener resultado,
dónde moran las conciencias
de los mutantes humanos,
qué materiales se esconden
en su etéreo entramado
y cómo pueden los hombres,
sin aparente trabajo,
moldearlas a capricho,
usarlas con desparpajos
para esconder las flaquezas
del pobre género humano.

Las conciencias cierran filas
entre poderosos gallos,
mandamases oportunos
de los más ricos estados.
Mientras, en la otra orilla,
solar de desheredados,
las conciencias se marchitan,
se pudren en secos campos
de generosas hambrunas,
de harapientos andrajos,
de miserables chabolas
crecidas al cielo raso.

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