El estío se nos acababa igual que las vacaciones y lo hacían con estas hermosas fiestas; disfrutando desde muy corta edad no sólo de ellas, sino de todos los encantos de su preparación. Un día cualquiera de agosto aparecían los empleados municipales para marcar con cal en el suelo los espacios que iban a ocupar las casetas de todo tipo, de las que hablaré con mas detalles en el transcurso de este apartado, los lugares donde se instalarían los postes que soportarían las guirnaldas de luces, la ubicación de los puestos de tiro, de las atracciones, de las tómbolas...Los juegos nuestros se interrumpían y seguíamos con verdadera curiosidad su trabajo. Ya faltaban menos días.
En la plaza de España se instalaban los cacharritos, en tanto que nuestra calle albergaba las casetas, los bares y los cafetines, a excepción de la caseta municipal, que siempre se ubicó en la zona del Parque Hernández más próxima a nuestra casa, la de los “Patos”. Con el paso de los años y dentro del parque también fueron instalándose grandes casetas, principalmente destinadas a la tropa y a los diferentes ejércitos de la ciudad, llegándose a ocupar el mismo casi en su totalidad.
Los palos de la luz se iban levantando de tramo en tramo y a una altura considerable para nuestra observación se tiraban alambres que luego soportarían las guirnaldas con distintos dibujos cada año. El paisaje comenzaba a alterarse en las alturas y cuando mirabas hacia el final o principio de la calle, según el lugar en que hicieras este ejercicio visual, un auténtico puente elevado o techo original y diferente, que cuando contaba con la multitud de bombillas multicolores y éstas se encendían, daba cobijo a los paseantes. Era como una clase práctica de perspectiva, donde en la lejanía estas guirnaldas parecían hacerse más pequeñas y tendían a encontrarse.
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