TERCERA RAZÓN
3.- Un poeta: MIGUEL FERNÁNDEZ
No tuve la
dicha de conocer personalmente al excelente poeta melillense Miguel Fernández
González, tan sólo como suele decirse “de vista”, y en este caso también “de
oído” a través de buenos amigos comunes.
El hecho de haber nacido y vivido en un hogar
próximo del mío, en el número 11 de la calle General Mola, continuación de la
nuestra, Teniente Coronel Seguí y de llevarme con él tan sólo ocho años, seguro
que hizo posible algunos encuentros que desafortunadamente no recuerdo y sobre
todo, ellos pudieron producirse, porque su calle era lugar escogido para muchos
de nuestros juegos y además, de visita obligada, ya que en sus comienzos se
encontraba el quiosco de María, surtidora especial de nuestras golosinas y
tebeos.
Seguro que mis hermanos mayores, Ángel y Domingo, sí
que tuvieron alguna relación infantil con él.
Sin embargo, por ser amante de lo cultural y en
especial de la lectura, sí tuve permanente conocimiento de su actividad
creativa, literaria en su caso, como la tuve de otros tantos melillenses, aun
sin conocerlos, que destacaron en ella.
Del conocido “Grupo de Melilla” de poetas de nuestra
ciudad, quién puede preciarse de ser buen melillense y no conocer o no haber
oído hablar, a través de sus obras, de sus encuentros, de la publicación de sus
escritos, de hombres y nombres como los Jacinto López Gorgé, del notable
periodista Pío Gómez Niza, con cuyo hermano Onofre sí tuvimos alguna relación,
de Francisco Salgueiro o del célebre, por sus trabajos en televisión, Juan
Guerrero Zamora...
De su extraordinaria labor poética tuvimos fiel
noticia por medio de dos amigos comunes, de nuestro admirado Eduardo Morillas,
el pintor de Melilla, contertulio habitual en unión de otros tantos artistas
locales de él y por medio también de Rafael Imbroda, nuestro apreciado Falo, ya
que su esposa e igualmente amiga y compañera de profesión, Encarnita León,
siguió sus mismos pasos poéticos y pertenecía últimamente a su grupo literario.

Detrás de su aparente seriedad, que por no haber
tenido trato con él desconozco si respondería a la realidad, de esa mirada fija
a través de sus permanentes gafas, siempre tuve la impresión que se escondía un
hombre soñador, algo tímido y sin embargo, excelente comunicador de sus
pensamientos y sentimientos por medio de su herramienta preferida, la palabra
convertida en verso. No conocí su primer poema “Ofelia”, publicado en 1949,
poema de juventud; pues yo, con mis diez añitos recién estrenados, seguro que
estaba más pendiente de mi examen de ingreso en el bachillerato y de las aventuras
del Guerrero del Antifaz o de Roberto Alcázar y Pedrín.
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