Nadie le ganaba tampoco a dar pataditas a la pelota
o al balón; nos dejaba a los demás que iniciáramos el juego y si había alguno
en la reunión que se destacaba, a Pepillo le daba igual, comenzaba y siempre
sonriendo, sin olvidarse de sus variados golpes, subiendo más o menos la
pelota, a su gusto, alternando con la rodilla o con los hombros y la cabeza,
con un coro de niños que contábamos cantando sus golpes, lo superaba sin
esforzarse, consiguiendo el aplauso de sus improvisados seguidores, que ya los
tenía desde muy tierna edad.
Cuántas veces en su casa de Actor Tallaví, al mudarse a ésta dejando su hogar del barrio Obrero, que contaba con un largo pasillo con habitaciones a ambos lados, al ir a buscar a su hermano Pacoli después de merendar para salir un rato a jugar, nos demostraba sus habilidades. Desde la puerta de entrada, golpeando de distinta manera el balón, lo introducía en la habitación que quería o que nosotros elegíamos, imprimiéndole diferentes efectos que hacía que el balón cogiera trayectorias bien distintas a la normal, ante la mirada atónita de nuestros ojos, las bocas abiertas y por supuesto, la posterior decepción cuando intentábamos emularlo nosotros en repetidos intentos.
Era interesante comprobar en los recreos del Instituto como se convertía en tema de conversación y por la fuente más directa, que era la de su propio hermano Pacoli, la de saber como aquel juvenil entrenaba ya con los profesionales y se preparaba su debut en el equipo de la ciudad. También seguíamos estos inicios sorprendentes a través de las páginas deportivas de “El Telegrama del Rif”, nuestro diario de aquella época.
Pepillo tiene madera de ganador y cuando le llega la
oportunidad sabe aprovecharla y triunfa en
Como se diría hoy, su carrera es fulgurante, cada
vez adquiere más fama en su ciudad y fuera de ella. Después de algunas
brillantes temporadas en Melilla, ya más curtido y hecho físicamente, los
ojeadores del Sevilla F.C. se fijan en él y da el salto a la ciudad de
Entre tantas virtudes, como su técnica es incuestionable, su olfato de gol, su juego de cabeza, pensando y actuando para resolver en décimas de segundo, su saber estar en el sitio ideal para hacer daño deportivo al contrario; sólo tenía un inconveniente, su aparente fragilidad y el riesgo de poder ser castigado por sus contrincantes, siempre más fornidos y que se las veían y deseaban para poder frenarlo. De ahí que le recomienden desde el club sevillano, entre otros ejercicios, en la época de descanso sus largos paseos por la orilla de la playa, metiendo sus tobillos en el agua para fortalecerlos. Que por cierto, la tenía tan cerca de su casa que salía de ésta y se daba de bruces con la de San Lorenzo.
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