viernes, 15 de agosto de 2025

OTRAS HISTORIAS, PERO EN PROSA


EL NIÑO QUE PERDIO LA NIEBLA  (2)

        Además de su monumental cabeza, donde iba almacenando todo lo mucho o poco de su saber, más bien poco que mucho, en un pueblecito de treinta y pico de familias y que sobrepasaba ligeramente el centenar vecinos, el pequeño coleccionaba cajas, llenas y vacías, de todos los tamaños, formas y materiales. Las tenía de cerillas y de zapatos, de cartón, de madera y de lata, redondas y cuadradas y hasta una con forma de corazón que le regaló una vez su padre a su madre cuando eran novios, que la había comprado cuando servía en Melilla y que Cecilio la había hecho desaparecer un día del viejo aparador de su casa para incorporarla a su propiedad.

        Aquellas cajas, de las que algunas estaban vacías, bien vacías, cosa que él lo sabía muy bien, no evitaba la existencia de otras que llenaba con pequeños animales, como lagartijas, escarabajos, moscas a las que quitaba las alas, grillos, bichitos de luz, saltamontes y hasta una vieja tortuga a la que atiborraba de lechugas y tomates, y un camaleón, que era su preferido, al que cuando encontraba una colilla lo hacía fumar, porque decía que se ponía rojo de tanto chupar.

        Aquel día Cecilio se asustó, se asustó mucho, mucho más todavía. Al abrir los postigos de su ventana no vio nada fuera. Primero limpió los cristales, con el primer trapo que encontró a mano y que resultó ser la toquilla de su abuela. Nada, todo seguía igual, allí no había nada, el exterior de su casa había desaparecido por completo. Más tarde, se restregó sus ojos y cuando los abrió siguió sin ver nada. Corrió entonces hacia la puerta y asomó su cara por la gatera. No salía de su asombro. Fuera ya no había nada. Ni la casa de su amigo Felipe, ni la tahona, y menos aún el cementerio que existía a lo lejos. Retrocedió hasta dar con su madre que salía de la cocina a buscar agua.



  • ¡Hijo mío, mira por donde andas!

  • No hay nada, madre. Nada. Se lo han llevado todo. Todo.

Y se abrazo a ella.

  • ¿Qué dices, Cecilín? ¿Qué es lo que se han llevado?

  • Todo, todo... Yo lo he visto. La casa de Felipe no está, ni la fuente, ni...

La madre descubrió inmediatamente la causa del espanto de su hijo y se puso a reír, lo que sorprendió a Cecilio. Dejó el cántaro en el suelo y agachándose, puso sus manos sobre los hombros de su pequeño.

  • Es la niebla, hijo mío. Es que esta mañana despertó con niebla.

  • ¿Y..., qué es la niebla ¿Niebla? –repitió extrañado el niño, mirando hacia fuera-, madre?

  • La niebla es..., como ahora, cuando no se ve nada, hijo.

  • Cuando no se ve nada, cuando es de noche y no hay luz; pero ahora es de día, ¿verdad? –preguntó Cecilio.

  • Yo no sé cómo explicarte, hijo mío. Es como un humo blanco que viene de pronto y no deja ver casi nada.

  • ¡Qué raro!                             


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