NÁQUERA (XI)
Cuando llega medianoche
nuevamente pertrechado,
pensando que el personal
en sueños anda vagando,
me acerco sin hacer ruido
al ya mencionado pinsapo,
comprobando que a la altura
de la terraza del ático,
cuando la luz de mi linterna
llega, al recodo buscado,
mancha informa y bien brillante,
rosácea, se ha destacado,
de pintura reflectante
que yo la hubiera arrojado.
Me calzo los pinchos sierras
y voy subiendo despacio,
porque no tengo costumbre,
por el viejo tronco del árbol,
al que estoy bien abrazado,
hasta llegar a las ramas
donde con fuerzas me agarro
y me resulta más fácil
el ascenso tan ansiado,
sin atreverme a mirar
hacia la parte de abajo,
pues el suelo más se aleja
cada vez que diera un paso.
nuevamente pertrechado,
pensando que el personal
en sueños anda vagando,
me acerco sin hacer ruido
al ya mencionado pinsapo,
comprobando que a la altura
de la terraza del ático,
cuando la luz de mi linterna
llega, al recodo buscado,
mancha informa y bien brillante,
rosácea, se ha destacado,
de pintura reflectante
que yo la hubiera arrojado.
Me calzo los pinchos sierras
y voy subiendo despacio,
porque no tengo costumbre,
por el viejo tronco del árbol,
al que estoy bien abrazado,
hasta llegar a las ramas
donde con fuerzas me agarro
y me resulta más fácil
el ascenso tan ansiado,
sin atreverme a mirar
hacia la parte de abajo,
pues el suelo más se aleja
cada vez que diera un paso.
después
que pase un buen rato,
trato de dar con el bicho
que me tiene trastornado;
sin embargo, al camaleón
no lo veo por ningún lado,
desaparece del sitio
como por arte del diablo.
¡Vaya jugarreta me hace
este diminuto saurio!,
pues su más que febril búsqueda
tiéneme bien destrozado.
Al borde de abandonar
este hecho disparatado,
mucho más propio de orates
que de individuos sensatos,
de repente me sorprende
lucecita caminando
por encima del pretil
que rodeaba todo el ático,
con bien lento caminar
y con frecuencia parando.
trato de dar con el bicho
que me tiene trastornado;
sin embargo, al camaleón
no lo veo por ningún lado,
desaparece del sitio
como por arte del diablo.
¡Vaya jugarreta me hace
este diminuto saurio!,
pues su más que febril búsqueda
tiéneme bien destrozado.
Al borde de abandonar
este hecho disparatado,
mucho más propio de orates
que de individuos sensatos,
de repente me sorprende
lucecita caminando
por encima del pretil
que rodeaba todo el ático,
con bien lento caminar
y con frecuencia parando.
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