LA JAULA DE EXTRAÑOS ZAPATOS ( VIII )
Cuando estos ven al gendarme
de tal guisa allí sentado,
sobre caja de cerveza,
con el escobón en mano,
despiértense algunas risas
que pronto ellos van dejando,
al ver como todo el suelo
esta sucio y muy empolvado,
cuando llega a sus narices
nauseabundo olor y raro,
así como al contemplar
los mostradores manchados.
¿No vino la limpiadora
a realizar su trabajo?,
preguntan al poli gordo
que parece hipnotizado.
Este, sin cambiar su rostro,
rara historia está contando,
de mininos que se esfuman
nada más que son tocados,
del fuerte olor a podrido
que al mercado está llegando,
de esas marcas tan extrañas
que en mostradores quedaron.
Al tener que abrir los puestos
todo tienen que ordenarlo,
pero antes deben limpiar
la suciedad que encontraron;
así que métense en faena,
aunque con un cierto enfado,
pues a punto de llegar
son las mercancías de diario.
Unos baldean, otros barren,
con muchísimo trabajo,
aquella extraña ceniza
que en el suelo se ha pegado,
consiguiendo con esfuerzo
darle su habitual estado;
pero de ninguna forma
logran borrar lo marcado
en los siete mostradores
como por arte del diablo,
que con fuego del averno
en mármol quedó grabado,
con siluetas de mininos
con corazón horadado.
Mientras esta actividad
sacude todo el mercado
el poli grueso se ausenta,
como si fuera sonámbulo,
marchando al Ayuntamiento
con automáticos pasos,
para contar al Alcalde
lo que había experimentado.
de tal guisa allí sentado,
sobre caja de cerveza,
con el escobón en mano,
despiértense algunas risas
que pronto ellos van dejando,
al ver como todo el suelo
esta sucio y muy empolvado,
cuando llega a sus narices
nauseabundo olor y raro,
así como al contemplar
los mostradores manchados.
¿No vino la limpiadora
a realizar su trabajo?,
preguntan al poli gordo
que parece hipnotizado.
Este, sin cambiar su rostro,
rara historia está contando,
de mininos que se esfuman
nada más que son tocados,
del fuerte olor a podrido
que al mercado está llegando,
de esas marcas tan extrañas
que en mostradores quedaron.
Al tener que abrir los puestos
todo tienen que ordenarlo,
pero antes deben limpiar
la suciedad que encontraron;
así que métense en faena,
aunque con un cierto enfado,
pues a punto de llegar
son las mercancías de diario.
Unos baldean, otros barren,
con muchísimo trabajo,
aquella extraña ceniza
que en el suelo se ha pegado,
consiguiendo con esfuerzo
darle su habitual estado;
pero de ninguna forma
logran borrar lo marcado
en los siete mostradores
como por arte del diablo,
que con fuego del averno
en mármol quedó grabado,
con siluetas de mininos
con corazón horadado.
Mientras esta actividad
sacude todo el mercado
el poli grueso se ausenta,
como si fuera sonámbulo,
marchando al Ayuntamiento
con automáticos pasos,
para contar al Alcalde
lo que había experimentado.
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