44 .- ¡ BUENOS DÍAS, MARCELA ! ( III )
( ¡ Qué miedo, un terremoto ! )
¡ Buenos días, Marcela !
Yo he visto a personas de intachable hombría y virilidad temblar como niños pequeños, llorosos y sin poder disimula su pánico, por más que lo intentaban.
He visto la desorientación en no pocos del no saber qué hacer, quele lleva a uno a eambular sin rumbo de ninguna clase, poniendo de manifestación la torpeza más brutal.
En una ocasión vi a aun alto cargo de Hacienda, que acostumbraba a vestir con pulcritud y elegancia, de traje y corbata permanentes, de lustroso calzado, salir una noche de estío, después de un temblor de tierra, en paños menores, junto a su mujer y con un único objeto que mereció su atención para salvarlo de un posible derrumbamiento en sus temblorosas manos, con una gran caja de caudales él y con un joyero ella.
Y en otra escena, a una jovencita con su mejor y llamativo traje de noche, no de fiesta, sino de dormir, entiéndase camisón incluidos primorosos encajes y de provocativo escote; sin olvidarse de dar color a sus mejillas y rime a sus ojos, para disimular los efectos del dormir y bien peinadita, que después del temblor tuvo tiempo para arreglar su cara, pero no para vestirse en condiciones.
He visto el parque cercano a mi hogar repleto de colchones para servir de lecho a muchas criaturas, no exagero, Marcela, que no deseaban pasar la noche en sus propias viviendas,
Los rezos del Santo Rosario se enlazaban unos con otros, con letanías o sin ellas, que cuando lo hacían con ellas parecían interminables.
Los pinares de Rostrogordo, que servían como lugar de acampadas habitualmente y de encuentro con la Naturaleza, se veían repletos de temerosos ciudadanos que allí acudían huyendo de la urbe, del desplome de algunas de las viviendas y siempre, con lo señalado al principio, viviendo la espera , nunca deseada, del siguiente terremoto en lugar más seguro.
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