LA LEY DEL MÁS FUERTE, APARENTEMENTE
Me he sentido disminuido hasta el máximo cuando en un arrebato de "fortaleza" llegué a arrinconar a uno de mis hijos, de mis mellis.
Independientemente de quien llevara la razón, mi actuación terriblemente salida de tono, queriendo además apoyar mi malestar en un vocerío impropio de un adulto que en no pocas veces se precia de ser educador; llegando incluso a empujarle contra la pared e impedirle que saliera de la cocina, y para más inri en presencia de mi hijo mayor y de la abuela.
Me sentí tan mal , tan avergonzado, que le pedí perdón, y hasta aquella, en su soledad, derramó lágrimas por mi brutal acción. Menos mal, que mi mujer no se enteró de nada.
Lo abracé y lloramos juntos también.
¡Qué difícil es el educar a un hijo!
¡Qué compleja, a veces, la convivencia entre los miembros de la familia y dentro del matrimonio!
Con el perdón no se arreglan las cosas, pero se derrumban importantes barreras; siempre que este no se olvide del amor.
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