A REDESCUBRIR UN TROCITO DE MADRID (Regalo de los INVITADOS)
Madrugón, a las 5 de la mañana, el despertador, más sonoro que otras veces, nos despertó definitivamente. No queríamos perdernos nuestro estreno del AVE. A nuestro hijo Clemente, acostumbrado a madrugar, le tocó llevarnos a Santa Justa punto de partida y salida del celebrado tren. En cualquier tipo de estación, terrestre, marítima o aérea, parece que la vida no se detiene nunca, el continuo movimiento de pasajeros y acompañantes, su luminosidad, las propias y características voces informativas, el monótono sonido de las ruedecillas de la maletas, el eco sonoro producido en los grandes espacios de altos techos y los muchos sonidos intrusos que se cuelan o instalan en estos lugares de paso, propician argumentos de novelas, escenas cinematográficas, estampas costumbristas de una época muy viajera.
Como casi siempre, preferimos esperar más de la cuenta, que llegar a los sitios con el tiempo justo. Nos acomodamos sin problema en los correspondientes asientos del vagón número 5. Una mesita en el centro y cuatro butacas enfrentadas para hacer más entretenido el viaje. Los “regaladores”, hasta el momento, habían previsto con acierto todos los detalles del viaje de los cuatro “catetos de pueblo, representantes de los “vejestorios visueños”. ¡Ja, ja, ja!
Todavía en forma para ciertos menesteres.
El viaje a Madrid, en AVE, un auténtico paseo. Paradas obligadas y muy breves en Córdoba, Puertollano, Ciudad Real y Atocha (Madrid) Primera llamada de atención, la monumental y mágica transformación de la Estación de Atocha, reciclada de una estación importante de una ciudad importante, a un hermoso espacio multifuncional, con una existencia impensable en los años 60 ó 70. Para tomar un taxi que nos acercara al hotel, una pequeña odisea. Una cola de varios centenares de viajeros, todos con el mismo propósito, tomar un blanco vehículo, con lucecita verde, anagrama de SP y libre de pasajero. Milagro, un señor de los de chaleco amarillo, organizando eficazmente la cola, nos indicó uno de los vehículos que nos llevaría al Hotel Vincci Soho, en la calle del Prado. Las 16 mil licencias de taxis existente en la capital, mostraban su eficacia en este monumental atasco de Atocha.
En unos minutos nos encontramos en el citado hotel Vincci, recibidos por 3 simpáticas recepcionistas dispuestas a solucionarnos el tema del alojamiento. Sabían, por Estela, de nuestros títulos de octogenarios y del regalado viaje. Desconocían nuestro estado físico y, con seguridad, esperaban vernos con algún “instrumento” que nos ayudara a desplazarnos (Silla de rueda, bastoncitos, etc.) Gracias a los cielos, no era así. Dejamos el equipaje en consigna y hasta que nos señalasen habitación, nos dispusimos a realizar una turné por el Madrid Histórico en un autobús turístico, igualmente reservado por los nuestros, especialmente por Estela, verdadera artista en estos menesteres de organización.
Convertidos en auténticos turistas, de esos que “sonrosan” sus rostros después de un largo paseo en un bus de dos plantas (descubierta la planta superior) escogimos la 1ª Ruta, la Histórica, por recomendación de los que ya habían disfrutado de esta experiencia turística. Con salida y fin en el Museo del Prado y con la posibilidad de bajarse y retomar de nuevo el bus en cualquiera de las muchas paradas del trayecto, nos dispusimos a gozar visualmente de los encantos de la Capital. Por curiosidad y sobrado de espacio en el ordenador, cito los lugares más emblemáticos del recorrido. Museo del Prado, Puerta de Alcalá, Barrio de Salamanca (pobrecitos los moradores de este “popular” barrio) Plazas de Colón y de Cibeles (¡Aupa Madrid!) Gran Vía, Plaza de España, Templo de Debod, Teatro Real, Palacio Real, Puerta de Toledo, Catedral de la Almudena (¿Se saldrá Franco con la suya?) Plaza Mayor, Puerta del Sol, Museo Thyssen, Museo Reina Sofía, Jardín Botánico y… Museo del Prado. Completísimo recorrido para unos “novatillos catetos”, primerizos usuarios del “Madrid City Tour”. El viaje lo hicimos en dos partes.
En la Plaza Mayor, donde hicimos la primera parada, tomamos unas cervecitas en un restaurante andaluz, con camareros poco agradables, inadecuados para promocionar nuestra tierra. Muchos visitantes, buen ambiente, mañana luminosa, y frecuentes huidas de los “negritos” con sus puestos “encordados”, cada vez que aparecían los municipales. No olvidamos nuestro frustrado intento de comer en el famoso Mercado de San Miguel. Original, agobiante, variadísimos puestos de variadísimas viandas, superpoblado y bastante caro. Gracias a nuestra particular y apreciada guía a distancia, Estela, que nos indicó, en la misma Plaza de San Miguel un local, con nombre familiar “Emma Cocina”, donde nos despachamos bien.
Realizada la segunda parte del tour descrita con anterioridad, nos dirigimos al hotel. Nos asignaron habitación. Pepe y Adela, la 101 y nosotros, la 117. Magníficas y completas en todos los aspectos. Su condición de cuatro estrellas se quedaba corta, bien podían alcanzar la quinta. Uno de los camareros jóvenes nos reservó una mesa en primera línea para ver el partido de fútbol Malta – España (0 – 2) y, al tiempo, cenar. El encuentro no merece el mínimo comentario debido al desarrollo del mismo y la ligera cena medida y suficiente para un par de octogenarios y señoras, más cansados que hambrientos. En el bufé del desayuno mañanero, nos desquitaremos de la parvedad nocturna.
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