Sábado, día 16 de septiembre
REFLEXIONES
DE NIÑEZ Y VEJEZ
En el silencio de una ciudad tranquila como
Melilla el canto de los cientos de pájaros que habitan en los árboles que se
ven desde la ventana me trasladan como repetida escena a muchos años atrás,
cuando con ojos y oídos de niños en las tardes de no hacer nada se distraía uno
con lo mismo y en el aparecer y desaparición de estos animalitos entre el
verdor de las hojas. La relatividad de las cosas al apreciarlas en distintos y alejados
tiempos nos permiten descubrir que lo enorme de niño, ahora no lo es tanto; que
las grandes distancias de antaño se recorren ahora con pequeños paseos y que la
convivencia con otras etnias y razas no eran apreciadas y llamativas por considerarlo
como algo natural, hoy te conduce a ver cada vez más que tu eres casi el
extranjero dentro del conmopolitismo.
Y mientras todos nos hacemos y mi madre envejece más aprisa que nosotros, pues ya son 88 años los que pesan sobre su alma, su hábitat, su morada también envejecen en su soledad y los recuerdos de infancia se mezclan con los de la actualidad, con esa realidad de los muchos años que comienzan como a inmovilizar todo cuando no hay voluntad de cambiar nada, entre otras cosas, por aquello del “para qué”. Todo entonces va envejeciendo al mismo tiempo, aunque uno desde la misma ventana al cerrar los ojos, oiga el mismo canto de los pájaros de hoy.
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