Viernes, día 15 de septiembre
DESDE
LA TERRAZA Y CON LA SERENIDAD DEL MAR COMO TELÓN DE FONDO
Las luces de la ciudad vieja cuelgan sobre la muralla del puerto cuando el “Correo” todavía no ha emprendido su cotidiano viaje hacía Málaga; la playa, ya casi desnuda de sus atuendos veraniegos, nos lanza un suave rumor del movimiento de sus aguas, las voces de los trasnochadores del bar de abajo rompen su silencio y una lancha, que se detecta por su luz, al recibir las señas de los faros de un coche desde el espigón, cruza velozmente por delante de nuestros ojos para recoger los fardos de contrabando que pasarán desde Marruecos.
La temperatura agradable la hace más a la cena que degustamos; no podían faltar las cigalas y las gambas, que son acompañadas por un lomo en manteca y por salmón ahumado y otras viandas que ingerimos entre una conversación informal que gira en torno a la vida actual de Melilla, la tierra donde nacimos, su futuro, los niños, el arte y el elogio hacia el momento y el lugar.
Estamos en casa de nuestro sobrino José Ángel,
ingeniero que ejerce como constructor, que es como nuestro hermano pequeño por
el fallecimiento prematuro de nuestra hermana, su madre, ejemplo imborrable de
bondad, y el hecho de venirse a vivir con nosotros desde los dos añitos; nos
acompaña su esposa, Ángela, la que nos fuera presentada en su día como miss de
algún lugar del país catalán, aunque extremeña de nacimiento, que supo
conquistarlo sin gran resistencia y que en la actualidad dirige una agencia de
viajes. Nos acompañan también, la hermana de ella, con su marido, y el benjamín
de su familia, que llegó a la ciudad para pasar un mes y ya lleva tres años
allí con ellos; no faltando sus dos pequeños, Kuka y Josito, que cuando hay
visitas, como todos, aunque seamos familiares, tratan de hacer más gracias de
lo habitual.
La cena es una delicia dentro de esta ciudad que cada vez es menos nuestra.
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