Domingo, día 4 de junio
PRIMERA COMUNIÓN, COMO LAS DE AHORA
La iglesia casi se convierte en un gran salón de tertulia, con advertencia incluida del párroco de que no celebra la misa si no se guarda el debido silencio. Claro que, quizás el motivo sea, por un lado, la falta de costumbre, y por otro, la escasa participación; por lo que aguantar hora y media de meros espectadores y de un espectáculo nada atrayente para la mayoría y en silencio, es pedirle demasiado a la gente.
Y
luego viene el desmadre. El arroz se empieza a comer casi a las doce del
mediodía y con el desayuno prácticamente en la boca. Allí se reúne el “ciento y
la madre”, una multitud que generalmente desea recuperar en comida el importe
de su regalo, que junto a los demás se exponen para delicia de pequeño y
envidia o deseos de los que aún no han pasado por este ritual o que no tuvieron
tanta suerte. Y al arroz le siguen las gambas, el queso, las patatas fritas y
aceitunas, las alcachofas con anchoas, la ensaladilla, los pimientos, los
pinchos morunos, las chuletas…, en una palabra: el “bacanal”. Y de bebidas para
qué hablar.
Luego, se quedan los íntimos y la fiesta termina a altas horas de la noche.
El pequeño sigue siendo protagonista, pero de otra forma, materializado todo en exceso y con la idea de que al día siguiente volvería a hacer otra vez la Comunión, sin tener clara idea de lo que significa este acontecimiento, pero con las manos abiertas para recibir todo lo que le haga falta, que para eso se vistió de marinerito y todo el mundo decía que iba guapísimo.

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