Martes, 10 de julio de 2018.
A 318 días…
EMPEZAMOS A SER UN EJÉRCITO.
A LA VERANIEGA RECONQUISTA DE LA
BALLENA.
Desde que disfrutamos del apartamento en
Costa Ballena nuestras vidas han cambiado bastante, sobre todo en lo referido
al número de componentes del grupo familiar.
Progresivamente, con lentitud pero sin
pausa, pasamos de ser un grupito a componer un verdadero ejército. Rosa, yo y
nuestros tres hijos, Clemente, Diego y Ángel conformábamos el núcleo inicial de
los Calabuig-López, al que pronto se le sumaron sus respectivas mujeres, Estela, Silvia y Esther
de los Franco, Mateos y Ávila. Pasaron unos pocos años de estabilidad numérica,
hasta que apareció Martina, primera de los nietos en el escalafón de
descendientes. Por orden, ya morando el apartamento de Costa Ballena,
aparecieron Alejandra, Diego, Clemente, Valentina y hace un par de meses, el
último vástago familiar, Ángel.
Hoy, componemos un grupo de 14 personajes,
para nosotros, protagonistas importantes
de un clan familiar que, sin dudas, crecerá y crecerá hasta un desconocido
límite. Son muchas las veces que nos reunimos todos, siempre menos de lo deseado y siempre por cortos
periodos de tiempo. Ésta, es la última concentración programada y, como es
lógico, trataremos de exprimir al máximo, en gozo y disfrute, olvidando con prontitud los malos
ratos, si los hubiera.
Los primeros en llegar a nuestro modesto
santuario roteño fuimos Rosa y yo, escoltados por los tres nietos de Diego y
Silvia, Alejandra, Diego y Valentina. Los recogimos en casa de sus abuelos
maternos, Juanlu y Gracia, cargados de ilusiones y de deseos de pasarlo muy
bien. Durante el viaje se portaron estupendamente, mucho mejor de lo que
esperábamos nosotros. Durante el mismo jugamos a todo lo que se nos ocurría,
con el fin de hacerlo más pasajero, menos pesado. Nos reímos con las
ocurrencias de Valentina en el juego del “veo, veo”.
Primera tarea a realizar, acomodo y colocación de las ropas en sus correspondientes armarios
y, a continuación, comida y descanso, y a esperar la llegada de los primos
Martina y Clemente.
Como viene siendo habitual, el encuentro
de los primos es para recogerlo en imágenes, largos abrazos y repetidos gritos
y besos. Es una alegría contemplar
dichos momentos. Bien entrada la tarde, Estela se presentó en el apartamento
después de haber encontrado, con fortuna, un buen aparcamiento en la cercanía
de nuestro bloque. Acomodación sin problema de los nuevos inquilinos y
ordenamiento de los equipajes.
Durante la cena a Estela se le ocurrió la
feliz idea de crear un sistema de puntos para la gente menuda, como método de
controlar el comportamiento de los mismos. El listado de los méritos
merecedores de puntos y el de deméritos propicios para restar puntos, fueron
aceptados por todos, y el premio final era montarse en los “cacharritos” tantas
veces como puntos conseguidos, cuanto más, más veces. Desde los primeros
momentos, el sistema dio sus frutos y los mayores no pudimos evitar reírnos con
las ocurrencias de los implicados y
felicitar a la inventora del sistema. Recogieron la mesa después de la cena, se
pusieron sin ayuda los pijamas, se limpiaron los dientes, se conformaron con la
hora de ir a la cama, rezaron antes de dormirse y no olvidaron despedirse de
los mayores con numerosos besos y el remate del tomate fue que uno de ellos
(Clemen) hasta nos levantó la sábana a alguno de los mayores. La primera remesa
de puntos voló en cantidad para alegría de los nietos que ya se veían montados
en más de un cacharrito.
El alterne de playa y piscina ocupaba el
tiempo de ocio de la tropa y, en casa, la tele y las tables cumplían su papel
sedante. Los puntos seguían funcionando para satisfacción de padres, abuelos y
vecinos.
Los puntos crecieron en cantidad,
permitiendo a la menudencia, recibir el premio de hasta tres viajes. Como en
ocasiones anteriores, caímos en la trampa de los “patitos”, sin embargo no hubo
problemas al elegir y la conformidad de todos fue saludable y gratificante.
El siguiente en llegar fue Clemente, un importante refuerzo para los
mayores. La llegada de Diego y Silvia
tuvo su luz y su sombra. La alegría del encuentro, y los regalos para todos los
pequeños (tablas de “surfear”) y, por otro lado, el abrir las puertas al llanto
de Valentina. Esperamos que esta mala costumbre
desaparezca con el transcurrir del tiempo.
En estos raros días de playa, cubiertos y
frescos, la mejor y mayor ocupa recordando tiempos pación de casi todos, fueron
los partidos de fútbol entre padres e hijos. Destacando en ellos el pundonor y
coraje de Diego, las frecuentes caídas y choques de Clemen y las “patosidades”
de Alejandra y Martina en este deporte. De los mayores no hay comentarios.
Disfrutaron recordando tiempos pasados en
los que demostraron ciertas habilidades futbolísticas.
Las comidas, punto clave de convivencia, se desarrollaron con absoluta normalidad, gracias a la especial peruanita, Rosa y a la estrecha colaboración de las mujeres de
la casa, sin olvidar, en este apartado, a nuestro particular cortador de jamón.
La dormida nos planteó algún problema,
resuelto con eficacia por los
componentes del grupo. Nos faltaba suelo a pesar de contar con sobradas camas.
El dormitorio de los patriarcas fue respetado; en la habitación de las literas
durmieron los 5 niños mayores; en el salón se abrieron los dos sofás cama para
dos matrimonios y Ángel, Esther y su peque se acomodaron en la casa vecina de Teo y Auxi, de viaje por los
Pirineos aragoneses.
No tendríamos puntos para pagar el trabajo
realizado por nuestra particular y muy querida peruanita, Rosa. Le sobrarían
puntos para montarse en todos los cacharritos de las más grandes ferias. No sé
de dónde saca fuerzas para desarrollar
tanto trabajo; cada día me sorprende más con su capacidad organizativa, con su
preocupación por todo y por todos, con su espíritu de sacrificio, con su habilidad para ocultar sus mosqueos
que, en algunas ocasiones y en privado, se vuelven contra este modesto
escribano.
Las despedidas a casi nadie les hacen
gracias. Pero son consecuencias ineludibles del punto y final de los esperados
encuentros. Los primeros que nos
abandonaron fueron Diego y Silvia con su prole. Le siguieron Clemen y Estela
también con sus vástagos. El apartamento empezó a echar de menos las agresiones
sonoras, las correrías y las santas aglomeraciones. Al día siguiente,
completaron la incruenta huida, Ángel, Esther y su (nuestro) pequeño Ángel. ¡Al fin solos! ¡Los
echaremos de menos!
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