MILAGRO
Silentes gritos de tedio
se
esparcieron envalentonados
sobre
los míseros caminos
de
aquel desesperado hombre.
Las
dosis de aburrimiento,
ingeridas
desde su inexistente infancia,
engendraron
en su mente,
desabridas
desganas,
bruscos
pasotismos,
montaraces
indiferencias,
hurañas
inapetencias,
que
culminaron, sin alborotos,
sin
prisas, sin pausas,
en
majestuosas soledades,
en
ciclópeos retiros,
en
solemnes aislamientos,
en
enfáticas clausuras,
significados
roedores,
permanentes
e inquebrantables,
de
la humana vida,
de
la concedida existencia.
Encerrado en su ostracismo,
hastiado
de tanto bostezo,
empalagado
de profundos suspiros,
padeció,
sin comprender,
cruel
e incurable enfermedad,
dolencia
maldita,
sumo
padecimiento
que,
con perversa machaconería,
les
abrían las puertas
a
la definitiva Parca,
caprichosa
e inflexible dueña
del
andar por estos lares.
Sólo un milagro,
un
gran portento,
una
loca quimera,
podrían
seducir al moribundo,
podrían
encantar al desahuciado,
despertando
sus vírgenes potencias,
sus
no usadas habilidades,
sus
no estrenadas destrezas,
ocultos
parabienes del ser humano,
desaprovechadas
mañas,
inquilinos
desconocidos.
Unas ráfagas de música,
unos
decididos cánticos,
unos
descarados versos,
unas
sencillas palabras,
unas
resueltas pinceladas,
un
osado arco iris,
unas
audaces danzas,
unos
mágicos vuelos,
unas
atractivas formas,
el
hechizo de un relieve,
un
humo sensible,
un
soplo de arte,
llenaron
los caminos
de
aquel desesperado hombre,
sacándolo
de su languidez,
liberándolo
de su tedio,
rescatándolo
de su no existir,
salvándolo
de todo.
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