Siempre que los vientos
juegan
a olvidarse del respeto,
se lía la ventolera,
sobran las reglas del
juego,
y al final, de la
partida,
sobre el hollado
terreno,
sólo quedan grises
roñas,
cenizas de pobres
vientos,
quebrantos de malas
horas,
míseros soplos caseros.
No hace falta ser muy ducho,
en este entretenimiento,
para ser viento
engreído,
para ser pedante viento,
basta con saber lanzar,
soplos de claros
desprecios,
coligarse con los fatuos
y olvidar razonamientos,
prestarle alas al
insulto,
y renegar del respeto.
Espero que más de uno,
y yo me incluyo, el
primero,
sepamos ser viento puro,
sepamos ser albo viento
y, en la docta
discrepancia,
no se nos vea el
plumero,
de recalcitrante
homínido,
anclado en añejo tiempo.
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