martes, 25 de octubre de 2011

Versos rebeldes

Hace unos días alababamos a los pueblos y hoy condenamos a las grandes y despersonalizadas grandes urbes, a través del romance.

ROMANCE DE LA POBRE GRAN CIUDAD

La Ciudad está perdida,
dejó morir sus encantos,
ya no es orondo ombligo
para el pobre ciudadano.
La Ciudad pena su culpa,
se ahoga en su propio llanto,
sus dueños, los poderosos,
silentes, la abandonaron,
esquilmando sus riquezas,
buscando nuevos mercados.

La Ciudad está dormida,
sumida en un gran letargo,
dejó de ser el imán
de los pobres aldeanos,
dejo de ser panacea,
perdió la magia de antaño,
sólo le quedan migajas
de un prestigioso pasado
y, en decadencia, se bebe
el vino del desengaño.

La Ciudad está rendida
a intereses bastardos,
de banqueros y políticos,
de sobrados funcionarios,
de ciudadanos vencidos,
de ociosos y de parados,
de oropeles, de apariencias,
de fiestas y grandes fastos,
alimento y medicina
para acallar su fracaso.

La Ciudad está cansada,
enferma de desencanto,
sus vecinos la han vendido
a un precio bastante bajo,
cobrado con la aquiescencia
de su centro y de sus barrios,
de sus sucios arrabales,
de sus templos y palacios,
que poco a poco se infectan
con las roñas del engaño,
con la torva indiferencia
que entre todos han creado.

La Ciudad está maldita,
sufre el mal del olvidado,
nadie se acuerda de nadie,
todos viven enclaustrados,
nadie convive con nadie,
ni paisano, ni alejado,
los vientos de misoginia
airean todos sus flancos,
el hablar con el vecino
es algo muy mal mirado,
la amistad y los amigos
son lazos finiquitados.

La Ciudad está herida,
sangra por todos los lados,
por las flechas de las prisas,
por los dardos del escándalo,
por las saetas del mal
y de un consumismo ajado,
por el siempre, todo vale,
por el saber, olvidado,
por la incultura del pueblo,
por los poderes infaustos,
y agoniza, sin remedio,
sin saberlo, sin notarlo,
sin atender las recetas
de unos pocos de “chiflados”,
defensores de las urbes,
de su esplendor pasado.

La Ciudad ha fallecido,
ni un responso le han rezado,
ni los ricos, ni los pobres,
ni el ignorante, ni el sabio,
ni el ateo, ni el creyente,
ni los dioses, ni el diablo,
Y en los campos del olvido,
fue su vivir, enterrado,
y ahora a esperar el juicio
de los pobres condenados.

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