jueves, 7 de abril de 2011

Versos para los niños melillenses

MELILLA

Cuenta una vieja leyenda,
fábula, ficción o cuento,
marinera tradición,
que, en los albores del tiempo,
Dios, el supremo Hacedor,
gran Poeta y Marinero,
después de crear el mundo,
con cuidado y mucho esmero,
con maestría infinita,
con arte y mucho salero,
después de mucho pensar,
de separar agua y cielo
y de inventarse a los hombres
y el resto del universo,
buscó querido descanso,
merecido justo premio,
en un hermoso lugar,
a orillas de un mar sereno.

En un “plis plas”, repasó,
las ofertas del momento,
eligiendo, de entre ellas,
sin perder costoso tiempo,
un recinto amurallado,
con su faro y con su puerto,
abrazado por la mar,
enamorado del cielo,
con unas preciosas puertas
y tres cañones de hierro,
de esos que nunca matan,
ni pueden disparar lejos,
que sirven para asustar
al pobre filibustero.

Allí, descansó unos días,
el Dios, Creador supremo,
y, cuando se hubo marchado,
dejó grabado en su suelo,
palabras de gratitud,
en unos pocos de versos:
-“No sé si podré encontrar
en mi preexistir eterno,
lugar tan privilegiado,
solar tan sereno y bello,
para descanso y solaz
de las almas y los cuerpos”.

Ya casi nadie se acuerda,
de este cuento marinero.
El tiempo y la mar bravía,
gestores de aquellos versos,
los borraron, sin querer,
de tanto y tanto leerlos,
acabando con la prueba
de que, en el albor del tiempo,
Dios residió en Melilla.
¡Mira, qué si fuera cierto!

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