jueves, 28 de octubre de 2010

Versos para recitar a los más pequeños

LA MALDICIÓN DEL RANO VERDE

A la verita del viejo banco,
de hierro fundido, que hay en mi patio,
me topé ayer, con un gran rano,
vestido verde, dedos descalzos,
mirar perdido, desorientado,
como loco iba, horripilado.

Pensé tomarlo, entre mis manos,
para preguntarle, al bello rano,
sobre las causas de su quebranto.
Cuando lo cogí, siguió croando,
me miró fijo, como dudando.
Contar sus penas, penas de rano,
penitas verdes, a un ser extraño,
suena imposible, no hay que pensarlo.
Las arruguitas de mis dos manos,
la luz clara de mis ojos claros,
la tibia voz de mis secos labios,
han animado, al pobre rano,
a confesarme su mal extraño.

“Hace ya tiempo, los gusarapos,
pequeñas gotas, pequeños trazos
de bellas ranas, de hermosos ranos,
felices todos, en un gran charco
de agüita clara, todos jugábamos.
Un día gris, feo, nublado,
volando vino, un pajarraco,
pinta de brujo, pico afilado,
con mala saña, quiso matarnos,
quiso comernos, quiso tragarnos,
pero los padres, ranas y ranos,
nos defendieron como jabatos.
Y el negro pájaro, brujo malvado,
se enfadó mucho, malhumorado,
gran maldición, lanzó en el charco,
donde jugábamos los gusarapos:
“Llegado el tiempo, pasado un rato,
gusarapitos, de este gran charco,
ninguno de vos, seréis gran rano,
moriréis todos, envenenados,
cuando la Luna de azogue y nardo,
desaparezca, tras negro manto
y no se mire en vuestro charco”.

Llegó la noche, dicen los sabios.
La Luna, Luna, tiene un gran manto,
se va escondiendo, muerta de espanto,
maldición trae, en su refajo.
Llegó la noche, dicen los sabios,
de pena rana, de pena y llanto,
la noche oscura, del pajarraco,
y tengo miedo, amigo humano.
Era yo, entonces, un gusarapo,
hoy, quiero ser, un grande rano,
y no morir envenenado,
como nos maldijo, el pajarraco.

Oí con pena el lamento rano,
sudaba aromas de miedo blanco,
de escarcha fría, de campo santo.
Miré sus ojos, verdoso claro,
con verdes lágrimas de verde llanto.
Cogí unas pocas, con gran cuidado y
con un suspiro grande, sonado,
las lance al aire, a los espacios.
¡Para ti, Luna, como regalo,
lúcela ya, Luna de nardo,
quítate pronto, el negro manto,
que así lo quiere, el gusarapo,
dueño doloso, del verde llanto,
de esas lágrimas que estás mirando,
perlitas verdes de enamorados!

La Luna blanca de azogue y nardo,
sintió penita del pobre rano,
abrió sus luces, tiró su manto y,
brilló en la noche, con blancos rayos,
con luz del alba. ¡Qué gran milagro!
de unas lágrimas de un joven rano,
que ahora corre a grandes saltos.

Las maldiciones del pajarraco,
ya se han perdido en roto saco,
nadie se acuerda del negro pájaro,
ni existe miedo, en el gran charco
de agüita clara que, junto al banco
de hierro fundido, que hay en mi patio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario