AL HOMBRE DE HOY
Sonaron fanfarrias anunciadoras,
de tiempos nuevos, de felices días,
y el necio hombre, bendijo aquellas horas.
Se oyeron cantos, salmos de alegrías,
y el cándido hombre, frágil soñador,
creyó en tales supremas melodías.
Se abrió una luz, mágico resplandor,
se encendió una esperanza colectiva,
y el engreído hombre, se vio ganador.
Tañeron campanas de fe furtiva,
burlando a la razón y al albedrío,
y el pobre hombre, creyó en su suerte esquiva.
Ilusiones de caudaloso río,
anegaron almas de hacer estrecho,
y el ciego hombre, gozó glorioso estío.
Satisfecho, ufano y henchido el pecho,
el ingenuo hombre, lanzó agrias proclamas
de flaca justicia y caduco derecho.
El tiempo, podador de viejas ramas,
escribió con firme pluma y hábil mano,
monótona verdad de negras tramas.
Y el celestial hombre, primate humano,
descubrió, pesaroso, sus flaquezas,
y de nuevo renegó del propio hermano,
volvió a fiero predador de las riquezas,
a la ambición, al sordo y sucio juego
de destructor de mil naturalezas,
a la espera del exterminador fuego,
Apocalipsis final. ¡Oh, torpeza!
Y ya no habrá mañana, ni un breve luego.
Hablemos de teatro: Vudú (3318) Blixen
Hace 3 semanas
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