martes, 14 de septiembre de 2010

Romancero de los Alcores

CARTA TERCIA

DE UN ROMERO A SANTA MARÍA DEL ALCOR

Las palabras de un romero,
mudas en sus pensamientos,
por una bella corona,
despertaron de sus sueños,
y en palomas mensajeras,
al verla, se convirtieron.

Al ver a su dulce Virgen,
Alcora, Reina del cielo,
se espantaron los prejuicios,
se dispersaron los miedos,
y una hermosísima carta,
impresa en papel de estreno,
se echó a volar por la Vega
con alto y sublime vuelo,
obra de una recia mano,
mano de un noble romero.

Carta de amor infinito,
álbum de ricos recuerdos,
magnífica sinfonía,
poema de altivos versos,
dedicada a su Patrona,
la Virgen de los visueños,
del Alcor, Santa María
y Madre de los romeros.

La carta, paloma blanca,
vino volando del cielo,
voló sobre los tejados,
se posó sobre el albero,
repitió su contenido,
con hacer de tenaz eco,
para alcanzar corazones
de los hermanos romeros.

“Que los sabios me protejan,
que me perdonen los cuerdos,
que me iluminen las musas,
por ser visueño y romero.

Quiero escribirte una carta
Madre de todos los Cielos,
quiero robarte, poeta,
todos tus mejores versos,
para componer poema,
que a ti, Virgen de mis sueños,
te sepa a preciado rezo,
a plegaria celestial,
a respetuoso requiebro.

Quiero escribirte una carta,
Alcora, Reina del Cielo,
para que El Viso se entere
de lo mucho que te quiero,
para que todo este Alcor
se sienta, como yo, romero,
romero de una Romera,
Romera de los visueños.

Quiero escribirte una carta,
Virgen de los alcoreños,
con las lágrimas que guardo
en un frasquito muy viejo,
con la pluma de un palomo,
al que cuento mis secretos,
arcanos de enamorado,
suspiros de fiel romero,
que dan sentido a mi vida
y elevan mis sentimientos
a cotas de gran altura,
desde la tierra a los cielos.

Quiero escribirte una carta,
Patrona de los visueños,
antes de ser coronada
Reina de El Viso, mi pueblo,
para que sepan mis gentes
y los muchos forasteros,
que ya fuiste coronada,
al principio de los tiempos,
cuando fuiste distinguida
como la Madre del Verbo,
Niño que llevas en brazos,
en estos gratos momentos,
y que, por todos nosotros,
murió en un viejo madero.

Gloria a ti, Santa María,
mi carta, fue sólo sueño,
mi alma y yo sólo aprendimos
a ser humildes romeros,
a acompañarte, mi Reina,
a la ermita de tus sueños,
para rezarte bajito,
para donarte mil besos,
para gritarte llorando,
¡Alcora, cuánto te quiero!

(12.5.2005)

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