lunes, 5 de julio de 2010

Romancero de la Ballena

EXPERIMENTO SONORO

Cierro los ojos y, al tiempo,
abro puerta a los sonidos
que, en caótica manada,
buscan despiertos oídos.
Un maremagno de voces,
al lado de tenues ruidos,
forman loca partitura
de una canción sin sentido,
que induce al grato sopor,
a sueño sereno, rico.
El ronroneo del mar,
monótono y aburrido,
se suma, ronco se pliega,
a los infantiles gritos
de una mesnada de infantes,
émulos de locos grillos
que, en el orillar, pregonan
su más preclaro dominio,
sobre la arena, las olas,
la espuma y el aire marino.
Unas osadas gaviotas,
de la mar, puro capricho,
se unen a la algarabía
con sus agudos graznidos.
Unos palistas teclean,
en incruento partido,
un toc-toc de reloj ronco,
entre sonidos perdidos.
Unos bañistas se ríen,
una madre riñe a un niño,
De una sonora garganta
brotan miles y un ronquidos.
Como en la mar no hay esquinas,
allí, todos se han reunido,
los notables, los grandotes,
los pequeños, los sencillos,
los que suenan a canción
y los que imitan ladridos.
Todos ellos amasados
en un mágico lebrillo,
fabricado por la mar
con viejo barro salino,
para invitar al bañista
a escuchar, semidormido,
la barahúnda playera,
alegre batiburrillo,
reclamo de caracola,
canto de fácil olvido,
que el poeta recogió
en estos versos marinos,
en La Ballena roteña,
mi soñado paraíso.

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