jueves, 20 de mayo de 2010

Versos a las pequeñas grandes cosas

EL ÚLTIMO LAPICERO

Un lápiz se lamentaba,
con trazos de pena negra,
del abandono sufrido,
de la dura penitencia
de padecer el olvido
de unas manos compañeras.

Sobre un callado papel,
el lápiz dejó sus huellas,
fino y último lamento
de alguien que, ya nada espera.

El lápiz, dócil criatura,
amante de las piruetas,
experto patinador,
escribe, relata y sueña,
sabe de versos y prosa,
dibuja y garabatea
y, con suma complacencia,
expresa muchas ideas,
antes de romperse el alma,
antes de morir de pena.

Un sacapuntas de acero,
con su cuchilla ya vieja,
entre sollozos y llantos,
con un borrador, comenta,
sus destinos paralelos,
sus igualitas condenas,
por mor del ordenador,
esa máquina perversa.

Como Pinocho, te hicieron,
de dura o blanda madera,
de grafito el corazón
y un alma delgada y negra.
Una punta muy afilada,
dardo, estilete, saeta,
para escribir cien mensajes,
para grabar mil grandezas.
A lo largo de tu vida,
en tu longeva existencia,
fuiste casi nada y todo,
fuiste inquisidor y poeta,
artista de bellos trazos,
autor de obras maestras,
y casi, sin tú saberlo,
sin apenas darte cuenta,
fuiste, en nuestras manos,
una sagrada herramienta
que, de dolor, mueres hoy,
rumiando tu negra pena.

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