viernes, 22 de enero de 2010

Reflexión marginal undécima

EL VALOR DE LAS IMÁGENES.

La tele, ese pesado, incansable y deshumanizado inquilino que la modernidad nos ha regalado, que, con sus sibilinas maneras y su proliferación de cadenas (no pudo encontrarse otro nombre más apropiado), va ocupando, dentro de nuestros hogares con la aquiescencia de casi todos, más espacio, más poder, mas prestigio, más atención y más y más de casi todo, y cuando encuentra un “tema estrella”, lo exprime hasta la saciedad, le extrae todo su jugo hasta convertirlo en algo insustancial, cotidiano, manido, aburrido, molesto, ajado, ajeno, alejado de su propia realidad, sin tener en cuenta los daños colaterales que puede ocasionar en los voluntarios receptores de sus imágenes y sus contenidos.

Dos armas principales utiliza el familiar “cacharro” para encadenar, para enganchar, para subyugar, para dominar, para adormecer y para otras muchas más cosas (casi todas ellas, no muy de agradecer) Por un lado, los contenidos, los fondos, los mensajes, la palabra. ¡Sálvese quién pueda! Aunque, en un país donde la cultura y la comprensión son “agüitas” para que las beban otros, los daños que podían producir estos, ya existían antes de que se alojara en nuestras casas el susodicho aparatejo. Por otro lado, las imágenes, “dóciles doncellas” que penetran en nosotros con pasmosa facilidad, produciéndonos reacciones de todo tipo, desde el estupor sumo a la suma confortación; desde el rechazo al placer contemplativo; desde la indiferencia al “total enganche”.

Hoy mi reflexión, busca la marginalidad de lo absurdo, de lo esperpéntico, de lo trágico, de lo despreciable y de lo incomprendido, cuando veo las imágenes de los vivos y de los muertos en Haití; cuando apago el televisor para no ver las mismas imágenes; cuando a solas con mi yo, descubro, a través de las imágenes, mi deshumanizado vivir; cuando descubro lo miserable que somos; cuando, sin darme cuenta, noto que las trágicas imágenes van perdiendo impacto, suavizándose, habituándose a la insensible cotidianidad; cuando éstas, poco a poco, se convierten en estampas para olvidar; cuando, ante el abuso televisivo de imágenes inimaginables, se nos escapan expresiones como “ya está bien”, miramos a otro lado o pedimos, inconscientes criaturas, que el gran Dios nos libre de tales males.

Y pasado el tiempo, las imágenes de este tétrico coleccionable de vida y de muerte, sólo servirán de efemérides televisivas, y seguiremos manteniendo un mundo de ricos y de pobres; de opulencias y de miserias, de bienaventurados y de malditos; de riquezas y de miserias; de cielos y de infiernos; y… ¡Pobre de nosotros y de nuestro mundo! seguiremos pidiendo con todas nuestras fuerzas que nos toque estar en el lado de lo bueno.

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