Entrega 5. Escrito 3
LA DURA “PROFESIÓN” DE ABUELO
En
estos días que corren, o mejor, que vuelan, nadie podrá negarme que los abuelos
se han convertido, por arte de “birlibirloque”, en personajes destacados en el
cotidiano mundo laboral o del trabajo familiar.
Sobre todo, las abuelas que, obligadas por las crisis y por la
“costumbre” de trabajar de los hijos, para sacar adelante a la familia con
todos los avíos consumistas de la nueva y muy diferente familia del hoy, se han
prestado voluntaria u obligatoriamente, casi a la fuerza, a volver con más años
y menos pujanza, a seguir bregando con y por su familia de antes y la nueva de
ahora.
Como premio nos regalaron un día en el calendario anual, corto premio
para tanta entrega y disfrute, que todo no es solo trabajar, también gozamos de
los nietos y resucitamos pasados, aunque sea como recuerdos de remotos felices
tiempos. Si no fuera por lo anterior y por la cuantía astronómica del sueldo
recibido que, a veces, nos cuesta el parné propio, estaríamos hablando de un
aprovechamiento descarado, de una grande explotación, consentida y, en
ocasiones, hasta aplaudida.
A
estas alturas de la repetida película, no es tiempo de quejas, de malos modos,
de rebelión familiar y de otras muchas zarandajas. La aceptación es la norma y
a cumplirla, que ni llega a ser gerundio y al que le toca, le ha tocado. A
disfrutar que nos quedan unos pocos de telediarios, aunque estos es mejor no
verlos y mucho menos escucharlos y, en tiempo de pandemia del coronavirus mejor
es borrarse del mapa televisivo.
La primera y más importante de esta normalidad, nueva o vieja, es
quedarse con los pequeños mientras dura la jornada laboral de sus “papases”,
con la consiguiente obligación de llevarlos al cole, si tuvieran edad para
ello, sin olvidar recogerlos; la segunda y no menos importante es darles de
comer, si la jornada de trabajo de sus progenitores es continua; no olvidemos
la siestecilla de rigor y el entretenimiento de estos entre col y col, tiempo
en el que recordamos y ponemos en práctica todo nuestro saber de padres jóvenes
ya bastante maduritos. Si la jornada se alarga, paseo, cena y pijamitas y, para
nosotros, sufridos abuelos, hora de que se marchen, sin olvidar los besitos de
despedida y el reconocimiento de nuestro trabajo de ”peruanitos”. Y a rezar de
que ninguno de los pequeños enferme y que nuestras fuerzas no mengüen. Sería
fatal para la marcha del “negocio”. Y dicen las malas lenguas que estamos
siempre quejándonos y que, como “castigo”. no nos van a dejar a los pequeños.
Afortunados seríamos si ello ocurriera. Las lenguas fáciles yerran con
frecuencia, pues que tendrían que hacer y padecer si ello ocurriera.
Podría seguir narrando las una o mil peripecias de los abuelos de hoy,
padres que fuimos ayer de manera diferente y que, sacamos adelante, con arte y
sabiduría, legiones de preciados hijos. Hoy repetimos la historia con otros
personajillos queridos, sangre de nuestra sangre, hijos de nuestros hijos.
Homenajes no queremos, los sueldos para el vecino del quinto que le hace
mucha falta, nos conformamos con poco, con unos pocos de abrazos y besos y algo
muy importante en la vida, una pizca de RECONOCIMIENTO.
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