Lunes, 6 de mayo de 2019.
A 18 días…
PUESTA AL DÍA.
Sábado, 4 de mayo de 2019.
A 20 días…
PRIMERA COMUNIÓN
DE DIEGO. VIAJE OBLIGADO A MARBELLA.
Madrugón de aúpa. Una hora antes de que el
móvil avisador nos despertara con su monótona cantinela de despertar, ya me
encontraba vestido, con los ojos bien abiertos y dispuesto a preparar, como de
costumbre, el desayuno mañanero.
Sin hacer ruido para no despertar a la
parienta antes de lo programado, me dispuse a completar el relleno de la
pequeña maleta que, para la brevedad del viaje, era más que suficiente y
sobrada de espacio.
Antes de cumplir el móvil con su sonora
obligación, Rosa, se despertó con cara de no haber dormido muy bien, algo
parecido a lo ocurrido a este humilde escribano. Hurtándole tiempo al tiempo,
cumplimos los obligados trámites del “antes de cualquier viaje”, cama hecha,
orden y recogida de la habitación, desayuno, obligado examen y revista de la
casa, tirada de la basura y repaso para no olvidar nada. En viajes de larga
estancia fuera de la casa, necesitamos listado especial de todo lo necesario.
Todo un mundo de pequeñas cosas y enseres servibles, muchos de los cuales
vuelven inmaculados a sus respectivos lugares de “descanso”.
A las 6,30 horas de la casi madrugada,
para algunos, habíamos cumplido todo el protocolo de inicio. Noche cerrada,
calles iluminadas con el alumbrado nocturno, ni un alma por la calle, silencio
roto por el rodaje de la pequeña maleta y la no muy alta conversación entre
nosotros (por mor de que ambos estamos “tocados” del oído” o mejor dicho,
bastante sordos) y comienzo del viaje a Marbella, capital indiscutible de la
“Costa del Sol” o de la “Costa del golf”, para acompañar a nuestro nieto Diego
en el día de su Primera Comunión.
El viaje, sin novedad, solo la
contingencia solar de salir de noche, ver amanecer y disfrutar de la luz del
astro Rey en el final del mismo. Poco tráfico y llegada a la casa del
homenajeado mucho antes de lo previsto. Malas noticias, el pobre “Dieguito” se
encuentra “malucho”, fiebre alta, vientre descompuesto y sin ganas de fiesta.
El programa había que cumplirlo y en
numeroso grupo familiar nos dirigimos a la iglesia de “La Virgen Madre” con
tiempo más que suficiente para, incluso, podernos tomar un café con sus
correspondientes tostaditas. Ya dentro del templo, bastante amplio y moderno, nos
dispusimos a disfrutar, cada uno a su aire y buen entender, la ceremonia
religiosa de la Primera Comunión de Diego y sus amigos. A lo largo y ancho de
la misma tuvimos tiempo de comprobar el buen trabajo de las catequistas en lo
referido a la teatralidad y desarrollo de la misma. Un cura bastante mayor que,
en la homilía, ofreció a los pequeños comulgantes la posibilidad de ser la
liebre o la tortuga del famoso cuento de la carrera entre ambos. A destacar los
cantos del coro de la iglesia y el buen comportamiento de los pequeños en sus
lecturas individuales y sus ofrendas. Diego, el nuestro, lo pasó bastante mal,
teniendo Diego padre que sacarlo, después de recibir la comunión, de la iglesia
y llevarlo al baño de un bar próximo para evitar males mayores. Volvió algo
aliviado y pudo reintegrarse al grupo infantil de comulgantes hasta el final de
la ceremonia.
Las estampas recordatorias de todo tipo y
tamaño, destacando la de un servidor (modestia aparte)
Tuvimos que esperar poco, antes de dirigirnos
al lugar de la celebración. Lugar increíble, rodeado de cierto misterio.
Espectacular y acogedor en su interior y fuera de serie en su exterior. De
testigo y notario mayor, el mar, rompiéndose pacífico sobre su orillar de
pequeñas piedras y grandes rocas. Monotonía sonora en su pacífico ronroneo y
olor a mar, mar. Frente a él, otro mar de verde y cuidado césped, donde estaban
las espectaculares mesas (de comensales mayores y pequeños) ornamentadas con un
muy exquisito gusto y arte. La comida
super buena, el servicio muy profesional y muy agradable. Así da gusto. El
ambiente muy bueno, fuera de lo común o corriente, el grupito flamenco de
jóvenes cumplió aunque le queda mucho por aprender, tiempo tienen. El burlón
tiempo, poco a poco, va menguando imparable la longitud temporal del festejo,
lo que no puede es birlarnos el buen ambiente creado entre todos, mayores y
pequeños. Los bailes, las tonterías, imposibles si no hay “ginmais” y otras
espiritosas bebidas, el canturreo, la rota excepcionalidad del baile de Laura,
el auge de los juegos infantiles (sin la participación del pobre Diego, el
homenajeado, pasándolo fatal) y para culmen, la aparición de la Policía local,
desconociendo el motivo de su interrogatorio a algunos de los asistentes y a la
organizadora del evento, como algo similar a lo narrado en las obras de Agatha
Christie, rodeadas siempre de misterios. En resumen, todo perfecto, desde
principio a fin.
Al final de la fiesta, como siempre,
peticiones insistentes y llantos de los pequeños para determinar quién se va
con quién, quién se queda con quién entre los bien avenidos primos. Nosotros al
hotel Sol Meliá, rondando la noche, para acomodarnos y cenar (a comer de nuevo)
Domingo, 5 de mayo
de 2019.
A 19 días…
RESUMEN DE UNAS
BONITAS Y BIEN APROVECHADAS JORNADAS Y VUELTA A CASA SIN NOVEDAD.
La cena en el hotel Sol Meliá abundante y
variada. Veníamos de comer y beber bien, de saciarnos, de atiborrarnos de
exquisiteces y, he aquí que, sin darnos apenas cuenta, nos encontramos de nuevo
dispuestos a continuar con la “faena” de darle trabajo a la dentadura y al
apetecible “tragar”. ¿Quién se resiste a degustar unas pocas de variedades
alimentarias entre cientos y cientos de ellas que te gritan o susurran, con
mayor o menor insistencia, “cómeme” (aunque sea sin ganas) en manifiesto pecado
de gula? Y así fue, ganó el dicho de “Llenar el ojo antes que la tripa”, y nos
preparamos en aquel bufé, nunca desechable, unos abundantes platos de todo
aquello que se nos metió por los ojos, fritos, pescados, verduritas, carnes, y
que sé yo (por la ceguera manifiesta en que nos encontrábamos y, también, por
no perder la cena contratada en la reserva del hotel) Una dieta total nos
hubiera venido de maravilla. Pero así somos los “comilones pecadores” o, los “pecadores
zampones”.
El hotel, de los primeros construidos en
la Costa del Sol y remodelados hacía poco tiempo, contaba con “infinitas”
habitaciones y grandes espacios para todo, recepción, aparcamientos, piscinas, salas
de juego, comedores interiores y exteriores, salas recreativas, etc., etc. Todo
ello, en aquellos momentos, nos sobraba. Solo queríamos una habitación donde
descansar y recuperar las perdidas horas de sueño en tan largo día.
El cansancio, el madrugón, el viaje
pudieron más que la pesadez de estómago por lo digerido a lo largo del día y,
por ellos, pudimos “descabezar” una buena dormida digna de ser registrada en el
libro personal de record menores.
Y vuelta a lo mismo de la noche anterior.
Ahora tocaba desayuno, también incluido en la reserva hotelera, en el mismo
espacio de la cena pero con “viandas” distintas y la misma cantidad y variedad
de productos. Mientras Clemente, Estela, Ángel y Esther se inclinaron por el clásico
desayuno inglés con complementos hispanos, Rosa y yo nos quedamos con el típico
que degustamos en cualquier bufé. Café, zumos, tostadas, churros, y algún que
otro capricho de bollería. No lo hicimos mal del todo. Clemen, tampoco lo hizo
mal, nunca lo habíamos visto desayunar tan bien, y el Angelito, en su buen
hacer, desayunó como cualquiera de nosotros. Es un auténtico “personaje”.
Nos sobraba tiempo para descansar, antes
de reunirnos de nuevo con la familia en el Club de Pádel de Villapadierna. Los de
Clemente eligieron la piscina del hotel donde probaron las frías aguas de la
misma. Ángel y los suyos se refugiaron para recuperar horas perdidas de sueño y
nosotros dejamos correr el tiempo, sin ocupaciones definidas.
Antes de las 12 horas del mediodía
deberíamos dejar las habitaciones y a esa hora, como habitual en mí, estábamos
en recepción dejando las tarjetas. Clemente y los suyos llegaron poco después y
Estela, en su derecho, reclamó la devolución de la parte correspondiente de
Martina que se quedó en casa de los primos.
De nuevo a la tarea de comer. Diego y
Silvia reservaron mesa en su Club de Pádel de Villapadierna, donde los pequeños
disponían de espacio suficiente para “desfogarse” y, al tiempo, dejar a sus
mayores un rato de relax merecido. Allí realizamos satisfactoriamente el último
acto festivo de la Comunión de nuestro Diego que, en su estado, lo pasó fatal
por culpa de unos virus, que le estropearon y amargaron su gran día.
Emotiva despedida, a pensar en nuevos
encuentros y regreso a nuestros respectivos hogares. Fin de la aventura y
oportuno momento para dar gracias a quién corresponda por permitirnos disfrutar
de la familia. Gracias Diego y Silvia y más y más gracias por, en estos tiempos
revueltos, mantener viva y unida la FAMILIA, desde este modesto patriarca,
escribano de turno, a la por llegar dentro de unos pocos días, AMELIE.
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