Domingo, 10 de marzo de 2019.
A 70 días…
¡QUIERO
SER DE PUEBLO!
En
los últimos tiempos, el vecino repartidor de actualidad se ha olvidado de mi
persona y de mis cosas que contar. Olvido que me permite, en el acogedor y sereno
cuarto de trabajo donde descansa mi mesa del ordenador con todos sus
cachivaches, realizar un ejercicio de meditación transcendente (¡Qué bien suena
esto!) el cual pretendo reflejar en este escrito y posteriormente lanzarlo al
espacio, utilizando como vehículo las visibles páginas de nuestro modesto Blog,
Calabuig2.
¡ME
GUSTA SER DE PUEBLO!
Al
nacer, a la mayoría de los mortales, nos regalan cinco hermosos y
extraordinarios sentidos para que, a lo largo y ancho del paseo de la vida, podamos
utilizarlos caprichosa y libremente. Algunas personas, equivocadas, guardaron
estos sentidos entre algodones, por temor a que se gastaran o se estropeasen
con su uso. Y así, sus ojos se perdieron miles de amaneceres, y sus cerrados
oídos no oyeron nunca trinos de aves, y sus cuidadas y limpias manos se
acostumbraron sólo a rozar, jamás supieron lo que es tocar, apretar, achuchar,
y sus bocas únicamente aprendieron “el me gusta o no me gusta” de lo comido o
bebido, sin llegar a paladear y conocer la gran variedad y cantidad de sabores
existentes, y sus taponadas narices se perdieron millares de sencillos y
exóticos aromas que merodean, juegan y viven en nuestro rededor. Otras
personas, acertadas del todo, hicieron uso y, en muchos casos, abuso del regalo
de sus sentidos. Los que vivimos en pueblos, mayoritariamente pertenecemos a
este segundo grupo y, por ello, pregonamos en la rosa de los vientos, que
queremos y nos gusta ser de pueblo.
¿POR
QUÉ ME GUSTA LA VIDA DE LOS PUEBLOS?
Sirvan
algunos ejemplos para avalar la manifiesta querencia pueblerina de algunos de
nosotros, sin cronología de tiempo, ni de importancia. Cuando llegan las
primeras lluvias ¿Quién se resiste a embriagarse con el aroma de la tierra
mojada? Preludio inequívoco de una de las más entrañables metamorfosis que se
producen en las casas de los pueblos a lo largo del año. Las desnudas mesas de
la época veraniega, se enfaldan al asomarse el otoño. Los braseros de cisco,
insustituibles y resistentes calentadores opuestos a la modernidad, actúan como
imanes, consiguiendo reunir a la familia y amigos en torno al calor natural y
al limpio aroma de la “lucema”. Aderezado, en ocasiones, con algunas partidas
de lotería (hoy mal llamada “bingo”) al parchís o a cualquier otro juego
antediluviano.
En el correr del tiempo, con los rigores invernales, los pueblos son más
pueblo. En las fiestas navideñas se siguen fabricando los dulces caseros. Todo
un deleite para los sentidos. Los al melados pestiños, los roscos de vino y de
limón, las tortitas, y un variado catálogo de golosinas, hacen que las casas
huelan a obrador, a aceite frito, a naranja agria, a “ajonjolí”. Y las gentes
se disfrazan para despedir al año viejo y para sorprender y desconcertar al
nuevo año. Y sin apenas darnos cuenta, los días se alargan, robándole horas a
la descuidada noche. El frío se torna templanza y, más tarde, calor. Y se
producen nuevas metamorfosis. Se vive, se habla, se canta, se sueña en la
calle. En las noches de los pueblos, sin necesidad de bandos, leyes y mandatos,
se implantan cientos de pequeñas tertulias en las puertas de las casas,
consiguiendo, en muchas ocasiones, derrotar a la todopoderosa televisión.
¡POR ELLO ME GUSTA
SER DE PUEBLO!
Y cuando llegan las fiestas llamadas
Mayores, los sentidos rivalizan más que nunca para captar y disfrutar de todo
su conjunto. De lo esencial y de lo accesorio, de lo divino y de lo humano, de
lo programado y de lo ocasional e imprevisto. En la Semana Santa , los
ojos se agrandan para una mejor y más sentida contemplación de las imágenes.
Las manos quieren y pueden tocarlas. Los tristes olores de tragedia y drama se
adueñan de las calles. Los oídos gozan de marchas de siempre y de añejas saetas
que desgarran el día o la noche con su sentido decir. Y los paladares saborean
los dulces manjares propios de las fiestas. Y en un pequeño salto de unos pocos
días, pasamos del recogimiento, de la representación iconográfica de la tragedia
suma, del triunfo de la negritud, a la explosión del color, a los arcoíris de
lunares, al vuelo mágico de los volantes, al buen comer y mejor beber y al
encuentro con el ruido y la música. ¡Es la Cruz ! Nueva ocasión para ejercitar sin límites
los sentidos.
En el libro dedicado a los que nos gustan
los pueblos, sus costumbres, sus gentes y su vida, podríamos incluir muchos
capítulos encabezados por algunos de estos títulos:
“Los amaneceres en
la Vega”. “Los atardeceres mirando a Sevilla”. “Antología poética del azahar”. “Los grillos,
pregoneros del buen tiempo”. “Historias de las camillas de siempre”. “A los
ricos pechugones, piñonates y otros manjares”. “El aire limpio de los Alcores”
y… En este juego final, cada uno podría diseñar su libro, escoger nuevos
capítulos y editarlo en el corazón de su pueblo.
Afortunados los que saben usar y disfrutar de
sus sentidos, los que en el caminar del cada día, encontraron ocasiones para
ver, oír, oler, saborear y tocar los regalos de la vida. Convirtiendo su
existencia en un gigantesco almacén de impresiones, de experiencias, de
disfrute, de gozos y de enriquecedoras vivencias populares.
Los que tenemos la suerte de vivir en un
pueblo,
¡ESTAMOS EN EL BUEN
CAMINO Y EN BUENA ESTANCIA!
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