Viernes, 8 de marzo de 2019.
A 79 días…
ENVEJECIMIENTO Y APRENDIZAJE
A lo largo de nuestra vida, ineludiblemente
padecemos o disfrutamos de dos experiencias vitales, marcadas por el absurdo,
la necesidad, la incomprensión y la utilidad. Son el ENVEJECIMIENTO y el APRENDIZAJE,
Hermanados en el mismo viaje hasta su inevitable final. Desde que nacemos, ajenos a ello, empezamos a ser
mayores. Sin detenernos ni un instante, caminamos derrochando mayorías, hasta
que, sin darnos casi cuenta, se nos para el maravilloso reloj de la vida y el envejecimiento
felizmente se hace nada. Antes de que
el envejecimiento y el aprendizaje se diluyan en la maldita y desconocida nada,
es bueno reflexionar sobre ellos, y lanzar a los vientos estas modestas
reflexiones para que desaparezcan miedos repletos de arrugas e ignorancias.
En envejecimiento, ya tengo realizado algunos cursos y, por suerte, no
sé cuántos me quedan por realizar. Ello me permite hablar, con relativa
experiencia, sobre el tema, sin tristes añoranzas, ni engreída sabiduría.
Hay mil maneras de hacerse mayor. Desde la visión pesimista del que
maldice el paso de los años, negándose a cumplirlos y que, sufre con amargura
sus arrugas, sus canas, su calvicie o su deterioro físico; hasta el exagerado
optimista, en permanente juventud y forma, pasota de su realidad y ciego de su
infalible decaimiento. En el término medio, como casi siempre, está la virtud
de aquellos que, aceptando lo insalvable, no renuncian a los encantos de la
vida, que son muchos y variados.
Junto a estos tres grandes grupos enunciados, podemos encontrar otros
muchos, curiosos y variopintos. Hay quien se hace mayor en broma o en serio,
riéndose de la vida o llorando por todo. Hay quien juega con ella. Los hay que
envejecen con mucho ruido y quien lo hace en el mayor de los silencios. Hay
quien se hace mayor antes de tiempo y quien se esfuerza en no serlo nunca. Hay
quien lo maldice y quien lo bendice. Hay a quien le sobra tiempo para hacerse
mayor y quien, desgraciadamente, apenas probada la vida, se queda sin la
oportunidad de envejecer.
En todo este maremágnum de formas y diferenciaciones, sólo nos queda
una cosa clara, que la vida es un regalo. Que de pequeño disfrutamos de ella
sin apenas darnos cuenta y que, de mayores, cuando nos damos cuenta, se nos
escurren y escapan muchas oportunidades de disfrutar de ella. Y ¿Por qué ocurre
esto? Porque nuestro aprendizaje no es bueno.
Y ¿Qué es aprender? Aprender es adquirir el conocimiento de alguna
cosa. Aprender es instruirse, es asimilar sistemáticamente ideas y conocimientos,
es retener en la memoria.
Nacemos con un pie hacia la vejez y con el otro hacia el conocimiento.
Somos desde nuestro nacimiento aprendices de lujo. Aprendemos lo bueno y lo
malo, lo celestial y lo demoníaco, lo necesario y lo superfluo, lo útil y lo inútil,
lo bello y lo monstruoso, lo real y lo fantástico y lo monumental y lo ínfimo.
Este carrusel del aprendizaje se disparata en ocasiones y aprendemos,
sin darnos cuenta, a ser racista, creando ocultos y conocidos “Egos”. Y algunos
jóvenes, a veces niños, son maestros en el manejo de las peligrosas armas. y
bastantes políticos aprenden, en cursos acelerados, a medrar, mentir y prometer
imposibles. Los medios de comunicación, sedientos de morbo, nos enseñan, en
tres dimensiones, lo íntimo y más privado de cualquiera. Y algunas mujeres
aprenden, por imitación y sustitución, a ser vulgares hombres. Los educadores,
desorientados, enseñan mínimos, y los alumnos aprenden más en la calle que en
los centros oficiales. Y los ricos aprenden, con facilidad y aceptación grande,
a ser cada vez más ricos; y los pobres aprenden, a la fuerza, resignación,
docilidad y a ser cada vez más pobres.
El hombre del siglo XXI debería modificar sus ya caducos hábitos de
aprendizaje. Aprender sigue siendo vital y necesario, pero ¿Qué aprender? ¿No sería mejor para todos eliminar, en el
aprendizaje, todo lo que apeste a deshumanización? ¿No sería más sano y
saludable aprender a ser mayor sin traumas, ni lastimeros y lastimosos
envejecimientos? ¿No sería mejor aprender generosidad, convivencia y
solidaridad, olvidando para siempre nuestros frecuentes paseos por el egoísmo,
el racismo y la intolerancia? ¿No sería interesante que los medios de
comunicación eliminaran tanta basura propia y ajena, y nos agobiaran con todo
lo bueno que le queda al ser humano? ¿No
sería más justo y necesario que los políticos dejaran de mercadear votos y que
los votantes aprendiéramos a bien elegir, sin buscar beneficios propios en
olvido de la colectividad? Y ¿No sería más importante que el hombre aprendiera
únicamente a ser HOMBRE?
Termino con dos “breverías”:
Si el hombre envejece sin
aprender, nunca aprenderá a envejecer.
Ser mayor es un regalo
bendito, estar instruido es una bendita necesidad.
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